viernes, 24 de octubre de 2014

No Bajes



Cuando era pequeña, mi familia se mudó a una enorme casa de dos pisos. Era una construcción muy vieja, con techos altos, grandes ventanales y tablones que rechinaban.

Yo dormía en uno de los cuartos de la planta alta, al fondo de un largo pasillo con varios pares de puertas. Era común que me quedara allí jugando por horas con mis muñecas, pues al ser hija única, los juguetes eran mi única compañía.

Una tarde, mientras terminaba de peinar a mi muñeca favorita, escuché la voz de mi mamá, que me llamaba desde la cocina, en la planta baja.

Me levanté de un salto y salí corriendo del cuarto a toda velocidad, pues a mi madre nunca le ha gustado que la hagan esperar demasiado.

Antes de llegar a la escalera, sentí cómo un par de manos me tomaron por debajo de los brazos y me llevaron hacia el interior de una de las habitaciones.

Mi corazón dio un vuelco y la impresión me hizo soltar un grito muy agudo. Un instante después, me di cuenta que el misterioso par de manos pertenecían a mi mamá, que en ese momento, estaba cerrando la puerta con una expresión de terror en su rostro.

Se acercó a mí, y en voz baja me dijo: —No bajes a la cocina… Yo también lo escuché.

martes, 18 de febrero de 2014

Puertas



Soy adoptado, nunca conocí a mi verdadera madre, es decir, es posible que llegara a conocerla en algún momento, pero era muy pequeño como para recordarlo. A pesar de todo, yo amaba a mi familia adoptiva, pues siempre fueron amables conmigo. Me alimentaban bien y vivíamos en una casa cálida y muy cómoda, donde además me dejaban quedarme despierto hasta tarde.

Déjenme contarles rápidamente sobre mi familia: Primero, está mi madre. Nunca llegué a llamarla “mamá” ni nada por el estilo, sólo le hablaba por su primer nombre, Janice. A ella nunca le molestó, y es que la llamé así por tanto tiempo, que posiblemente dejó de darse cuenta de ello. De cualquier modo, era una mujer muy amable, creo que fue ella quien sugirió que me adoptaran en primer lugar. A veces recargaba mi cabeza en su regazo mientras veíamos televisión y ella me hacía cosquillas en la espalda. Es una de esas madres hollywoodenses.

Luego, está mi padre. Su verdadero nombre era Richard, pero como nunca le agradé demasiado, empecé a llamarlo “papá” en un intento desesperado por ganarme su afecto. No funcionó, creo que no importaba cómo me refiriera a él, pues nunca me amaría tanto como a su propio hijo. Era comprensible, así que dejé de presionarme para agradarle. El atributo más notable de Papá era su inamovible severidad, pues no le molestaba golpear a sus hijos cuando hacían algo mal, y eso lo aprendí de la forma difícil, en la época en que no sabía usar el baño correctamente. Él no dudó en darme una palmada de vez en cuando, y bueno, si ahora me porto bien es gracias a sus métodos.

Por último, hablaré de mi hermana. La pequeña Emily era muy pequeña cuando me adoptaron, casi teníamos la misma edad, pero ella seguía siendo un poco mayor que yo. Aún así, me gusta pensar en ella como mi hermanita. Nos llevábamos mejor de lo que los hermanos se suelen llevar, aún sin ser adoptados. Siempre nos quedábamos despiertos charlando hasta muy tarde, bueno, en realidad, ella hablaba y yo sólo escuchaba, pues la quería demasiado.

Como no teníamos muchas habitaciones, -y como no quería dormir yo solo cuando era más pequeño-, tenía una colchoneta para mí a un lado de su cama, y había dormido allí desde entonces. Era genial conmigo, porque disfrutaba estar con ella y siempre me sentí con el deber de proteger a mi hermanita.

Pero todo cambió un horrible miércoles por la noche. Estaba en casa tomando una siesta, cuando la pequeña Emily abrió la puerta del frente. El sonido de la puerta abriéndose me despertó y caminé desde la habitación, al final del pasillo, hasta la sala. Allí fue cuando recordé que era miércoles, pues nunca fui muy bueno llevando la cuenta de los días. De hecho, simplemente diré que mi sentido del tiempo era terrible, pero sabía que era miércoles porque Emily acababa de regresar de la reunión semanal de su grupo cristiano. Ella corrió desde la puerta a abrazarme, y detrás de ella venían Papá y Janice.

¿Tuviste una buena siesta? Preguntó Janice, mientras me alborotaba el pelo. Tan sólo sacudí mi cabeza resoplando, respondiendo a su cariño.

“¡No le contestes con esos ruidos a tu madre!” dijo Papá, áspera y autoritariamente. Cerró la puerta tras de sí y colgó su abrigo. “Obviamente estaba jugando” me limité a rezongar para mis adentros. Creo que no me escuchó, pues no sentí que me golpeara por ello. Emily se dirigió a nuestra habitación y yo la seguí. Empezó a contarme acerca de su día, ya saben, las clásicas historias de adolescentes, pero la escuché para hacerla sentir importante.

Al finalizar su historia, me sugirió ir a ver televisión con ella, y al llegar a la sala, salté al sofá, mientras ella iba por el control remoto. La televisión se encendió y la disfrutamos juntos hasta que se hizo de noche. Emily era ese tipo de chica que, en vez de ver caricaturas y telenovelas, prefería sintonizar Discovery Channel, Animal Planet o National Geographic. A mí también me gustaba ver esos programas, así que no ponía objeción alguna, de hecho, eran los únicos canales que realmente podían captar mi atención.

El tiempo avanzó y después de un rato, Janice se paró junto al sofá. “Emily, ya deberías estar dormida. Apaga la televisión y ve a tu cuarto. Tú también” dijo, señalándome. Emily apagó el televisor y se levantó de mala gana. Comenzó a caminar por el pasillo, y mientras la seguía, no podía sacudirme la idea de que algo andaba mal.

Llegamos a la habitación y Emily apagó la luz. Al igual que ella, logré ver por el rabillo del ojo que algo se movía afuera, a través de la ventana. Cuando giré la cabeza, lo que sea que fuera, había desaparecido. De cualquier modo, decidí permanecer alerta, por el bien de mi hermana.

Me quedé allí, en la oscuridad, sin nada más que un rayo de luz, proveniente del alumbrado público, alumbrando el cuarto. De vez en cuando, podía jurar que escuchaba sonidos a través de la ventana… ramas rompiéndose, hojas crujiendo, ropas frotándose, acompañadas de un extraño olor a sangre y sudor. No pude cerrar los ojos en toda la noche.

Los sonidos y olores se fueron atenuando, a medida que me relajaba, y al final, mis párpados terminaron por cerrarse.

Al poco rato, se escuchó un estruendo muy ruidoso al otro lado de la casa. Me levanté en seguida. “¡Hay alguien en la casa!” grité, mientras la adrenalina corría por mi cuerpo. “¡Despierta!” le supliqué a Emily. Cuando vi que despertaba y se sentaba en la cama, salí corriendo hacía el cuarto de mis padres.

Papá estaba muerto. Su cuello estaba abierto de un tajo, con la sangre chorreándole a borbotones, resbalando por la cama y cayendo al piso. Vi que la puerta del baño estaba cerrada, y justo frente a ella, había un hombre.

Un hombre… no me siento cómodo llamándolo de esa manera.

Era realmente gigantesco y andrajoso. Sus ojos giraron en dirección a mí y fue cuando por fin pude verlo con claridad. Nunca olvidaré esos grandes ojos redondos y llenos de lujuria. Tenía una barba descuidada, con sangre escurriendo de ella. Su ropa estaba sucia y su cara era fría. Cuando noté el mismo olor a sangre y sudor que había percibido antes, emanando directamente de él, me quedé abrumado.

Me vio e hizo una mueca con sus dientes torcidos y amarillos, esa sonrisa me desarmó. Pensé que iba a morir, pero se quedó parado en la puerta del baño, completamente indiferente hacia mi presencia. Estaba aterrado y no sabía qué hacer. Tan sólo lloré y grité, mientras lo veía forzar la puerta que servía como única defensa a mi madre. Levantó la afilada cuchilla que cargaba, y usándola de manera incorrecta, la apuñaló hasta que exhaló su último aliento.

Después oí algo, lo último que quería escuchar… era el grito de Emily, viniendo justo detrás de mí. La gigantesca monstruosidad dejó a mi madre en el piso y miró a mi hermanita. Yo estaba fuera de control. Él se levantó y caminó hacia nosotros. Mi hermana se dio la vuelta y echó a correr. El hombre pasó a mi lado, tratando de alcanzarla. ¿Por qué seguía ella en la casa? Aparentemente no había logrado entender la situación y que debía huir cuanto antes.

Corrí detrás de ambos, esperando que el hombre la matara como al resto de mi familia, pero por desgracia, estaba equivocado. Él la agarró por el brazo y la sacudió para dejar en claro que él tenía el control. La arrastró fuera de la casa, mientras yo hacía todo tipo de ruidos, con la esperanza de que alguien viniera en mi ayuda. No debía llevársela… no a ella.

Cuando pasó a mi lado, retrocedí hasta la pared y gemí con terror “¿Por qué?”

Él no respondió, sino que se limitó a poner una mano sobre mi cabeza y me dijo “Buen chico”. Hizo otra mueca, seguida de una risa fría y antinatural. Lo seguí hasta la puerta, mientras arrastraba a mi hermana -quien aún gritaba- consigo. Abrió la puerta y la azotó tras de él.

Ahora estoy solo en la casa, con mis padres adoptivos asesinados, temblando y lloriqueando desconsoladamente. Él está ahí afuera con ella, haciéndole ‘quién sabe qué’ cosas, y no puedo hacer nada al respecto. Saldría corriendo tras de él, y lo atraparía en un parpadeo, pero no puedo.

Estoy aquí sentado, mirando la puerta del frente. Bajo la mirada hacia mis patas. Si tan sólo pudiera abrir puertas…



viernes, 7 de febrero de 2014

Oscuridad



Todo empezó cuando me mudé a mi nueva casa. Sí, sé que ya lo has escuchado antes, pero créeme, eso fue lo que sucedió. Nunca había experimentado nada sobrenatural antes de eso, y la verdad nunca pensé que fuera a pasarme a mí.

Pude rentar esa casa porque era muy barata. No puse objeción alguna, pues la casa era vieja y no estaba en el mejor de los vecindarios, así que pensé que se trataba de un buen trato. Cuando me mudé, todo parecía ir bien al principio.

No recuerdo exactamente cuándo comenzó, porque me pareció un asunto menor en ese momento. Si dejaba una luz encendida en la cocina o el baño, al regresar la encontraba apagada. Pensé que simplemente olvidaba el haberlas apagado. Después de un tiempo, comencé a dudar y a dejar un par de luces encendidas a propósito. En ocasiones no ocurría nada, pero en otras, regresaba sólo para darme cuenta de que estaban apagadas.

Entonces me di cuenta de que algo estaba mal, no estaba asustado, pero sí confundido. Pensé que algo estaba mal con la instalación. Para comprobarlo, comencé a dejar cada vez más luces encendidas (esto se reflejó en mi recibo de luz) porque de este modo podría detectar más fácilmente cuál era el problema y por qué se apagaban aleatoriamente. Fue entonces cuando la situación dio un giro.

La primera vez que recuerdo haber presenciado algo realmente extraño fue cuando dejé las luces de la cocina y el baño encendidas antes de irme a dormir. Me despertó un ruidoso gruñido proveniente de la cocina. Recuerdo haber despertado, pensando que un animal se había metido a la casa. Eché un vistazo a través del pasillo hacia la sala y me di cuenta de que alguien había apagado la luz de la cocina. Se escuchó otro gruñido, esta vez en la sala y estuve a punto de gritar cuando vi algo grande cruzando el pasillo. La luz de la sala se apagó.

No podía describir la cosa que había cruzado el pasillo, parecía una sombra o algo así, la verdad es que no importaba, porque estaba cagado de miedo. Salí de la cama y encendí la luz de golpe, esperando que hubiera algo en la habitación, preparándose para saltar sobre mí.

Nada, no había nada en la habitación. Dejé escapar un suspiro y lentamente atravesé el pasillo en dirección a la sala. Cuando llegué al final del pasillo, prácticamente me abalancé sobre el interruptor de luz. Una vez más no encontré nada, y al repetir la operación en la cocina, el resultado fue el mismo.

Estaba empezando a pensar que lo había soñado todo y fui a apagar el interruptor de la cocina, pero me detuve. A pesar de ser un hombre adulto, estaba aterrado de tocar el apagador. Debo admitir que dormí con las luces encendidas esa noche.

Fue un grave error.

Al despertar, la mañana siguiente, todas las luces estaban apagadas de nuevo. Cuando intenté salir de la cama, sentí un dolor en todo el cuerpo. Jalé las sábanas, sólo para descubrir largas marcas rojas corriendo por mis piernas y brazos, parecía que algo me había rasguñado durante la noche.

Aquello me asustó a sobremanera, pero no tanto como cuando descubrí que todos los focos que había dejado encendidos la noche anterior estaban hechos pedazos.

Todas las lámparas estaban tiradas en el piso, con la bombilla destrozada. Me quedé sin aliento cuando miré alrededor. Algo nefasto había ocurrido allí, y por si fuera poco, algo había intentado hacerme… cosas durante la noche. Pedí el día en el trabajo y me dediqué a reemplazar todos los focos.

No sabía qué hacer, pensé en mudarme, pero –esto probablemente suene estúpido- esa era mi casa. Era la primera vez que vivía lejos de mi familia y además, era MI hogar. No podía darme por vencido, así que… me quedé.

Sobra decir que aquello se puso peor.

Aunque comenzaba a temerle a la oscuridad, no podía dormir con la luz de la habitación encendida. Comencé a dejar prendidos otros focos de la casa, como el del pasillo o el de la sala, permitiéndome ver perfectamente, aún en medio de la oscuridad de mi recámara. Y prácticamente, cada noche me despertaba el ruido de algo gruñendo y paseándose por la sala, apagando la luz inmediatamente después. No quería ir a mirar, estaba aterrado ante la idea de estar en el mismo cuarto con aquella cosa. Así que me enroscaba en la cama y rezaba para que aquello nunca entrara.

Una noche, después de un tiempo, me harté de la situación. Compré una pistola y encendí todas las luces de la casa. Me senté en medio de la sala, con el arma sobre mi regazo y un bat de baseball a mi lado. Esperé y esperé, no sucedió nada en un buen rato. Alrededor de las 2 de la madrugada, comencé a escucharlo… estaba detrás de mí. Me di la vuelta, en dirección a mi habitación, y a través del pasillo pude escuchar aquel familiar gruñido.

Tragué saliva y levanté la pistola con una mano, apretando fuertemente el bat con la otra, y lentamente caminé hacia el pasillo para tener una mejor vista de la recámara. Cuando por fin veía claramente mi cama, se escuchó un fuerte golpe, seguido de un gruñido no humano. Yo, como el hombre valiente que era, di un salto hacia atrás y me alejé del pasillo.

Quería terminar con todo eso, pero ¡demonios!, ¡no quería tener que lidiar con esa cosa! Podía oírlo tirando y golpeando cosas, y aún no sé cómo logré percibirlo, pero entre el ruido escuché un leve “click”. Y después todo quedó en silencio. Me asomé al pasillo para comprobar que la luz se había apagado de nuevo. Tomé aire y me lancé a la aventura con mis armas listas.

Cuando llegué a la habitación y encendí la luz de nuevo, me quedé sin aliento. Mi cama estaba destrozada, completamente deshecha. Era como si un animal hubiera saltado sobre ella hasta romperla en pedazos. Avancé hacia la cama para ver mejor lo que había quedado de ella y me quedé en shock por ‘dios sabe cuánto tiempo’. No fue hasta que escuché el familiar gruñido que me di la vuelta. Parado junto a la puerta, justo al lado del interruptor de luz, estaba él.

Era un hombre: un hombre blanco pudriéndose y con el cuerpo mutilado -que parecía haber sido el juguete favorito de un perro- observándome detenidamente. Estaba demasiado asustado como para levantar mis armas. Me miró por un momento y luego apagó la luz. Grité, y ni siquiera me avergüenza admitirlo, grité y perdí la razón. Corrí hacia la puerta, justo por donde aquella cosa había estado parada, agitando el bat como un demente.

Casi hago un agujero en la pared, tratando de volver al pasillo. Me di la vuelta justo a tiempo para ver cómo apagaba también la luz del pasillo. En ese momento, ya no quería pelear, quería estar a salvo. Atravesé corriendo la sala, hacía la luz encendida de la cocina.

Escuché el sonido de la cosa gruñendo y arañando hacía donde yo estaba. Giré la cabeza, sólo para ver una vez más al cadáver podrido y mutilado del hombre, apagar la luz con su dedo roto. Salí corriendo hacia la sala.

Aquel iba a ser el encuentro definitivo, tendría que pelear. Me paré junto a la lámpara de pie, que consistía mi última línea de defensa. Odiaba la oscuridad, así que me quedé allí parado, al lado de aquella reconfortante lámpara. Esperé a que el hombre la apagara, pero no lo hizo. Todo quedó en calma. Volteé en dirección a la gracia salvadora de la lámpara que se resistió a ceder. Comencé a reír a carcajadas, era una risa loca pero VIVA. Pensé que todo iba a estar bien, di un paso al frente y casi la abrazo… hasta que lo vi.

Escuché el gruñido no atrás, sino justo enfrente de mí. ¡Saliendo de esa lámpara! Mis ojos se abrieron de par en par mientras contemplaba la intensa luz de la lámpara. Tropecé hacia atrás y no recuerdo qué sucedió después. Sólo puedo recordar que estaba tirado de espaldas mirando fijamente aquella brillante luz. Ya no era reconfortante, sino caliente, pesada y sobre todo, brillante. Pensé que iba a quemarme por completo… y entonces regresó.


No tengo palabras para describir aquello que emanaba de la luz de la lámpara. Era horrible, retorcido y estaba lleno de ira. Sé que nunca olvidaré esos ojos brillantes, calientes y blancos… dos círculos irradiando pura maldad. Aquello me odiaba, odiaba todo sobre mí. No sólo a mí, sino a todos nosotros, a toda la raza humana. Pero estaba allí atrapado, y arremetería contra el primero que se le pusiera en frente, o sea yo. Aún no sé como lo supe, pero lo sabía. Me preparé a mismo para una muerte lenta.

¡Click!

La luz se fue. Una vez más todo quedó a oscuras. Dulce, silenciosa y relajante oscuridad. Me quedé en el suelo por un momento, dejando que mis ojos se ajustaran a la penumbra. Seguía mirando fijamente a la lámpara, y mientras pasaban los segundos, comencé recobrar el sentido. El hombre mutilado estaba parado junto a la lámpara, con una mano rota colgada del switch, mirándome detenidamente.

Entonces lo entendí, entendí todo lo que aquello significaba, todo lo que había pasado. El hombre retiró su mano de la lámpara y apuntando su dedo descarnado hacia ella, sacudió su cabeza de lado a lado. Todo lo que pude hacer en respuesta fue asentir con la cabeza.

No estaba tratando de lastimarme, todo este tiempo, había estado tratando de protegerme. Esa criatura sólo podía venir a través de la luz, y este hombre mutilado sólo había querido mantenerme a salvo. Él no quería que nadie repitiera sus mismos errores.

Al día siguiente me mudé y nunca volví a la casa. Lo que sea que fuera, estaba confinado a aquél inmueble, y hasta donde sé, no he vuelvo a ver ningún ente salir de cualquier otra fuente de luz. De todos modos, esa cosa siempre estará atada a mis recuerdos. 

Cada noche, en mi nuevo departamento, tengo el hábito de caminar por la casa, asegurándome de que todas las luces estén apagadas y que todas las cortinas estén cerradas. Y es sólo hasta entonces, que puedo sumirme en mi silenciosa, reconfortante y segura oscuridad.

lunes, 4 de noviembre de 2013

La mochila rosa



Un día, cuando regresaba del trabajo, noté un pequeño bulto rosa tirado en el césped a un lado de la escalera de entrada del edificio donde vivía. Al acercarme para ver mejor el objeto, noté que se trataba de una pequeña mochila rosa que seguramente debía pertenecer a una niña. Lo extraño era que en el edificio no había niños, pues la renta era costosa y la portera tenía reglas estrictas acerca del ruido y la limpieza.

Me venció la curiosidad y recogí la mochila, decidí llevarla a mi departamento para poder ver si en su interior había alguna pista que pudiera llevarme a su propietario. En la mochila había tan sólo crayones, lápices y un montón de hojas sueltas. Parecía tratarse de un diario, elaborado con grandes letras y dibujos infantiles. Al mirar los dibujos con detenimiento, me llevé una inquietante sorpresa, pero lo que el texto describía era mucho más perturbador*:



1. Esta es Lisa. Es mi amiga. Mi mami y mi papi no la ven, por eso dicen que es mi amiga imaginaria. Lisa es una buena amiga.


2. Hoy traté de plantar una flor en el patio. La iba a plantar junto a la caja de arena, pero Lisa dijo que es donde su papi está durmiendo, por eso mejor la puse en una maceta con tierra.


3. Lisa vino a la escuela conmigo hoy. La traje para una exposición, pero la miss Monroe se enojó porque no podía verla. Lisa se puso triste y por eso escondió el borrador de la miss.


4. Ayer fue mi cumpleaños. Mi mami compró pizza pero no vino nadie. Lisa dice que la gente llegó a la puerta y se fue. Pero dejaron regalos. Me dieron 3 barbies, unos zapatos y cinco dólares. Yo y Lisa jugamos barbies.


5. La miss Monroe no vino hoy y llegó una sustituta que se llama miss Digman. Ella es bonita y amable, y nos deja comer el lunch antes de la hora del recreo. Quiero que la miss Digman sea nuestra nueva maestra.


6. Hoy Jonnathin Parker se robó mi lapicera. La miss Digman no la pudo encontrar, así que lo hizo darme la suya. Lisa vino a la escuela hoy también, pero la Miss Digman no la puede ver. Ella dice que cree que Lisa es real.


7. Ayer, yo y Lisa caminamos mucho, hasta que salió la luna. Mi papi se enojó y dijo que Lisa es estúpida y falsa, y luego ella desapareció. Hoy Lisa no vino a la escuela, pero la miss Digman dice que la miss Monroe no va a volver.


8. Mi papi se quedó a trabajar todo el día. No llegó a comer. Hoy él sigue trabajando. Hoy mi mami me puso un flan de lunch. El flan es mi favorito.


9. Extraño a Lisa, papi está muy ocupado trabajando y no vino a la casa en toda la semana. Mi mami está muy enojada con él. Le quiero escribir una carta a Lisa.


10. Querida Lisa. Te extraño. Por favor regresa. Disculpa a mi papi por ser grosero. Tú eres mi mejor amiga.



11. Lisa regresó ayer. Ella me pidió disculpas por irse y me dijo que mi papi ya no va a regresar del trabajo. Lisa dice que él y la miss Monroe están durmiendo como su papá. Espero que despierten pronto.

*Transcripción y traducción aproximada del diario encontrado dentro de la mochila.


Ickbarr Bigelsteine

Cuando era niño, me aterraba la oscuridad. Aún hoy me provoca escalofríos, pero cuando tenía seis años, no había una sola noche en que no llamara a mis padres llorando, sólo para buscar al monstruo que se ocultaba bajo la cama o dentro del clóset, esperando la ocasión para devorarme.

Incluso con una lámpara de noche, veía formas oscuras moviéndose por las esquinas de la habitación o caras extrañas mirándome desde la ventana. Mis padres hacían lo posible para consolarme, diciéndome que eran sólo pesadillas o efectos raros que producía la luz, pero mi mente infantil creía que en el momento en que me quedara dormido, las cosas malvadas me atraparían.

La mayor parte del tiempo, simplemente me escondía bajo las cobijas y esperaba que el cansancio me venciera. Pero indudablemente perdía el control y corría gritando al cuarto de mis padres, despertando a mis hermanos en el proceso. Después de un episodio de esos, no había manera de que alguien pudiera volver a dormir en toda la noche.

Finalmente, después de una noche particularmente traumatizante, mis padres decidieron que ya habían tenido demasiado. Desafortunadamente para ellos, era inútil discutir con un niño de seis  años y terminaron por entender que no podrían ayudarme a superar mis temores infantiles a través de la razón y la lógica. Por eso tuvieron que manejarlo con astucia.

Mi madre tuvo la idea de confeccionarme un compañero para la hora de dormir.

Ella recolectó todo tipo de retazos de tela y con ayuda de su máquina de coser, creó lo que después llamaríamos Ickbarr Bigelsteine (se pronuncia “ícbar bíguelstain”) o Ick para abreviar. Ick era un monstruo de calcetines, según mi madre, y estaba hecho para mantenerme a salvo mientras dormía, asustando a los otros monstruos.

Honestamente, aún hoy me sigue impresionando el hecho de que mi madre pudiera idear algo tan extraño y darle una apariencia tan inquietante. Ickbarr tenía el aspecto de la mezcla entre un gremlin y Frankenstein, con grandes ojos de botón y orejas de gato caídas. Sus bracitos y piernitas estaban hechos de un par de calcetines con franjas blancas y negras que pertenecieron a mi hermana, y la mitad verde de su cara era en realidad una calceta de soccer de mi hermano. Su cabeza podría describirse como bulbosa, y para hacer su boca, mi madre había cosido un pedazo de tela blanca y sobre él había dibujado un patrón en zigzag, formando una amplia sonrisa con colmillos afilados. Lo amé en cuanto lo vi.



Desde entonces, Ick nunca se apartó de mi lado; después del atardecer, por supuesto, ya que a Ick no le gustaba el sol y se hubiera molestado de haber tratado de llevarlo conmigo a la escuela. Pero eso estaba bien, pues sólo lo necesitaba en la noche para alejar al coco. Así que cada noche, al llegar la hora de dormir, Ick me decía dónde se escondían los monstruos y así podía colocarlo en la sección de mi cuarto más cercana a los espantos.

Si había algo en el clóset, Ick bloqueaba la puerta; si había una criatura arañando la ventana, Ick estaría recargado en el cristal; si había una gran bestia peluda bajo la cama, entonces iba a dar bajo la cama. A veces los monstruos ni siquiera estaban en mi habitación, se escondían en mis sueños e Ickbarr tenía que acompañarme en mis pesadillas.

Era divertido llevar a Ick a mis sueños porque así podía pasar horas combatiendo espíritus y demonios. La mejor parte era que, en mis sueños, Ick podía hablarme de verdad.

Él me preguntaba — ¿Cuánto me quieres? – y yo siempre le respondía –Más que a nada en el mundo.

Una noche en un sueño, después de perder mi primer diente, Ick me pidió un favor.

     ¿Puedes darme tu diente?
     ¿Por qué?
     Para ayudarme a matar las cosas malas

A la mañana siguiente, durante el desayuno, mi madre preguntó a dónde se había ido mi diente. Según me dijo, el ratón de los dientes no pudo encontrarlo bajo mi almohada. Cuando le dije que se lo había dado a Ickbarr, ella sólo se encogió de hombros y regresó a la cocina para darle de comer a mi hermanita. Desde entonces, cada vez que perdía un diente, se lo daba a Ick. Él siempre me lo agradecía, por supuesto, y me decía cuánto me quería.

Como era de esperarse, me quedé sin dientes de leche y me volví demasiado viejo para seguir jugando con muñecos. Así que Ick sólo se sentó en mi librero y fue acumulando polvo a medida que se desvanecía mi interés por él.

Sin embargo, con el tiempo, las pesadillas se volvieron peores que nunca. Eran tan terribles que comenzaban a seguirme al mundo real, volviendo terrorífica cada esquina oscura y cada ruido en los arbustos. Después de una noche particularmente mala, regresé en bicicleta de la casa de un amigo, mientras juraba que me perseguía una jauría de perros rabiosos, sólo para encontrar algo extraño esperándome en mi habitación. Allí, parado sobre mi cama, iluminado por la luz de la luna, estaba Ickbarr. Al principio, pensé que mis ojos me estaban engañando, como lo habían estado haciendo toda la noche, así que traté de encender la luz. Activé el interruptor una y otra vez, pero la oscuridad seguía allí. Fue entonces cuando comencé a ponerme nervioso.

Retrocedí lentamente hasta la puerta que estaba detrás de mí, mis ojos nunca dejaron de mirar la silueta de Ick, mi mano trataba de encontrar desesperadamente el pomo de la puerta. Estaba a punto de largarme de allí, cuando escuché la puerta cerrarse de golpe, dejándome en la oscuridad. En medio del silencio y las sombras, me quedé petrificado, sin siquiera poder respirar. No puedo decir por cuánto tiempo, pero después de lo que me pareció una vida de terror frío, escuché la estridente y familiar voz.

—Dejaste de alimentarme, así que ¿por qué debería protegerte?
— ¿Protegerme de qué?
—Déjame mostrarte.

En un parpadeo, todo había cambiado. Ya no estaba en mi habitación, estaba en algún otro lugar. No era el infierno, pero la comparación no estaba tan alejada. Era algún tipo de bosque, un lugar horrible y pesadillesco donde partes de fetos abortados colgaban de los árboles y el suelo estaba plagado de insectos carnívoros. Una ráfaga de densa niebla llenó el lugar y con ella, un olor a carne podrida, al tiempo que luces de bengala iluminaban el cielo nocturno. A la distancia, podía escuchar los gritos agonizantes de algo que no era exactamente humano. Mi cabeza palpitaba como si fuera a explotar y el dolor me hizo derramar un río de lágrimas. En mi mente, escuchaba de nuevo su voz.

—Esto es en lo que tu realidad se convertiría sin mí.
—Sentí cómo la tierra se sacudía y escuché pisadas aproximarse rápidamente.
—Soy el único que puede detenerlo.

Ahora estaba detrás de mí, sentí un gigantesco y enojado aliento que me quemó la espalda.

—Dime qué tengo que hacer y lo haré.

Desperté antes de poder darme vuelta.

Al siguiente día, registré el clóset de mis padres, encontré los dientes de leche de mi hermano y se los entregué a Ickbarr. Casi de inmediato los terrores cesaron y pude seguir, más o menos, con mi vida normal. De vez en cuando, tuve que entrar a escondidas en la habitación de mi hermanita y robar lo que debía ser para el ratón de los dientes, otras veces tuve que estrangular alguno de los gatos de mis vecinos y extraer sus puntiagudos incisivos.

Hacía cualquier cosa por mantener alejadas a las visiones, robaba desde un collar de diente de tiburón hasta un premolar cariado. También comencé a notar que Ick se movía por toda mi habitación cada vez que lo dejaba solo, cambiando mis cosas de lugar y poniendo cortinas extra. Cada vez parecía más vivo, sus dientes relucían y su tacto era cálido. Por mucho que me atemorizara, no tuve el coraje para destruirlo, sabiendo perfectamente a dónde me enviaría eso. Así que seguí recolectando dientes para Ick durante toda mi etapa de bachillerato y universidad. Aprendí a temer a más cosas a media que me hacía mayor, y por consiguiente, tenía que darle más dientes a Ick para que me protegiera.

Ahora tengo 22 años, un trabajo decente, mi propio departamento y una dentadura postiza. Ha pasado casi un mes desde la última vez que Ick comió y los horrores están empezando a rodearme de nuevo. Tomé una desviación al salir del trabajo y encontré a un hombre teniendo problemas con las llaves de su auto. Sus dientes estaban amarillos por toda una vida de cigarrillos y café, pero aún así, tuve que usar un martillo para sacarle las muelas.

Cuando regresé a mi departamento, él me estaba esperando en la esquina del techo, con sus ojos blancos y su boca llena de cuchillas.

— ¿Cuánto me quieres? —me pregunta
—Más que a nada en el mundo— respondo, mientras me quito el abrigo.
—Más que a nada en el mundo.


domingo, 29 de septiembre de 2013

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martes, 20 de agosto de 2013

Hora de Dormir

Se supone que la hora de dormir debe ser un momento feliz para un niño cansado, pero para mí era una experiencia aterradora. Mientras algunos niños pueden quejarse por ser enviados a la cama antes de que hayan terminado de ver una película o jugar su videojuego favorito; cuando yo era un niño, la noche era algo que me causaba verdadero terror. En algún lugar de mi mente, lo sigue siendo.

Como alguien que ha sido instruido en las ciencias, no puedo demostrar que lo que me pasó fue objetivamente real, pero puedo jurar que lo que experimenté fue terror genuino. Un miedo que en mi vida, me alegro de decir, nunca ha sido igualado. Voy a relatarles todo lo mejor que pueda; tómenlo como quieran. Yo estaré contento con sólo sacarlo de mi pecho.

No puedo recordar exactamente cuándo inició, pero mis problemas para conciliar el sueño parecían relacionarse con el hecho de haber sido trasladado a un dormitorio propio. En ese entonces tenía ocho años de edad y hasta ese momento había compartido una habitación con mi hermano mayor. Como es perfectamente comprensible para un niño cinco años mayor que yo, mi hermano finalmente pidió una habitación para él solo y, como resultado, se me entregó un cuarto en la parte trasera de la casa.

Era una habitación pequeña, estrecha, y sin embargo extrañamente alargada, lo suficiente como para alojar una cama y un par de muebles, pero no mucho más. Realmente no podía quejarme; incluso a esa edad, comprendía que no teníamos una casa grande y no tenía ningún motivo válido para estar decepcionado, puesto que mi familia era tanto amorosa como protectora. Fue una infancia feliz…  durante el día.

Una ventana solitaria daba a nuestro jardín trasero, nada fuera de lo común, pero incluso durante el día, la luz que se colaba en esa habitación parecía casi vacilante.

Mientras que mi hermano recibió una nueva cama, a mí me dieron la litera que solíamos compartir. Aunque me sentía mal por tener que dormir a solas, estaba emocionado ante la idea de poder dormir en la cama de arriba, lo cual me parecía algo realmente audaz.

Desde la primera noche, recuerdo una extraña sensación de malestar abriéndose paso desde lo más profundo de mi mente. Me tumbé en la cama de arriba, observando mis figuras de acción y mis coches regados sobre la alfombra azul. Mientras se desarrollaban batallas y aventuras imaginarias entre los juguetes del piso, no podía evitar sentir que mis ojos estaban siendo lentamente arrastrados hacia la litera de abajo, como si algo se moviera en el rabillo del ojo. Algo que no quería ser visto.

La cama estaba vacía, hecha impecablemente con una manta azul oscuro que cubría parcialmente dos almohadas blancas algo flácidas. No reflexioné más sobre ello en aquel momento, era un niño, y el ruido de la televisión de mis padres deslizándose por debajo de mi puerta me envolvía en una cálida sensación de seguridad y bienestar.

Me quedé dormido.

Cuando te despiertas de un sueño profundo porque escuchas que algo se mueve o se agita, te puede tomar unos segundos el darte cuenta de lo que está sucediendo realmente. El velo del sueño se cierne sobre tus ojos y oídos, incluso cuando estás lúcido.

Algo se movía, no había ninguna duda al respecto.

Al principio no estaba seguro de lo que era. Todo estaba oscuro, casi completamente negro, pero entraba suficiente luz desde afuera como para distinguir los contornos del estrecho y sofocante cuarto. Dos pensamientos aparecieron en mi mente simultáneamente. El primero era que mis padres seguían en la cama, porque el resto de la casa estaba a oscuras y en silencio. El segundo pensamiento se concentró en el ruido. El ruido que obviamente me había despertado.

Mientras las últimas telarañas del sueño se desvanecían de mi mente, el ruido tomó una forma más familiar. A veces el más simple de los sonidos puede ser el más desconcertante: una brisa fría meciendo un árbol, los pasos de un vecino incómodamente cerca, o en este caso, el simple sonido de sábanas revolviéndose en la oscuridad.

Eso era, sábanas revolviéndose en la oscuridad como si un durmiente perturbado estuviera tratando de ponerse cómodo en la cama de abajo. Me quedé inmóvil, reteniendo el pensamiento de que el ruido era o mi imaginación, o tal vez sólo mi gato buscando en donde pasar la noche. Fue entonces cuando noté la puerta, cerrada como lo había estado antes de que me quedase dormido.

Quizá mi madre había venido a verme y el gato se había escabullido en mi habitación.

Sí, eso debió de haber sido. Me volví hacia la pared, cerrando los ojos con la vana esperanza de que pudiera volver a dormirme. Mientras conciliaba el sueño, el movimiento de debajo de mí cesó. Pensé que había espantado a mi gato, pero pronto me di cuenta de que el visitante en la cama de abajo era menos mundano que mi mascota tratando de dormir y mucho más siniestro.

Como si hubiera sido molestado, descontento por mi presencia, el durmiente perturbado comenzó a revolverse y girar violentamente, como un niño haciendo un berrinche en su cama. Podía oír las sábanas torcerse y girar con una ferocidad cada vez mayor. El miedo se apoderó de mí entonces, no en la misma manera sutil en que lo había experimentado un momento antes, sino que ahora era potente y sobrecogedor. Mi corazón se aceleró y mis ojos se dilataron, escudriñando la oscuridad, casi impenetrable.

Dejé escapar un grito.

Como la mayoría de los niños hacen, instintivamente llamé a mi madre. Podía escuchar pisadas desde el otro lado de la casa, pero en cuanto di un suspiro de alivio porque mis padres venían a salvarme, la litera de repente empezó a temblar violentamente como si estuviera siendo sacudida por un terremoto, chocando repetidamente contra la pared. No me atreví a saltar de la cama por temor de que la cosa de abajo se me acercara y me atrapara, llevándome hacia la oscuridad, así que me quedé allí, con los nudillos blancos atrayendo las sábanas hacia mí como un manto de protección. La espera me pareció una eternidad.

La puerta finalmente -y gracias a Dios- se abrió de golpe, dejándome inmóvil bajo la luz, mientras que la litera de abajo, el lugar de descanso de mi visitante no deseado, permanecía vacío y silencioso.

Yo lloraba y mi madre me consolaba. Lágrimas de miedo y luego de alivio corrían por mi cara. Sin embargo, a pesar de todo el horror, no le dije por qué estaba tan asustado. No puedo explicarlo, pero era como si supiera que lo que sea que hubiera estado en esa cama volvería al hablar de ello, o al pronunciar una sola sílaba acerca de su existencia. Si eso era así en verdad, no lo sé, pero cuando era niño sentí como si esa amenaza invisible se mantuviera cerca, escuchando.

Mi madre se acostó en la cama vacía, prometiéndome que estaría allí hasta la mañana. Eventualmente mi ansiedad se calmó, el cansancio me obligó a dormir de nuevo; pero permanecí inquieto, despertando continuamente con el sonido de sábanas revolviéndose.

Recuerdo que al día siguiente quería ir a cualquier parte, estar en cualquier parte, excepto en aquella habitación estrecha y sofocante. Era sábado y pasé la tarde jugando afuera muy contento con mis amigos. Aunque nuestra casa no era grande, tuvimos la suerte de tener un extenso jardín en la parte posterior. Jugábamos allí a menudo, pues gran parte se había dejado crecer y podíamos ocultarnos en los arbustos, escalar el enorme árbol de sicomoro que sobresalía por encima de todo, y fácilmente imaginar que estábamos en una aventura fantástica, en alguna tierra exótica salvaje.

Aunque todo era muy divertido, ocasionalmente dirigía mi mirada a esa pequeña ventana; ordinaria, delgada, inocua. En el exterior, el exuberante entorno verde de nuestro jardín acompañado de las caras sonrientes de mis amigos no pudo extinguir la sensación que recorría mi espina dorsal. La sensación de que había algo en esa habitación observándome jugar, esperando la noche cuando estuviera solo, entusiasmadamente lleno de odio.

Puede sonarles extraño, pero cuando mis padres me dejaron solo de nuevo en esa habitación por la noche, no dije nada. No protesté, ni siquiera inventé una excusa de por qué no podía dormir allí. Simplemente entré en la habitación disgustado, subí los pocos escalones hacia la cama de arriba y luego esperé. Ahora que soy adulto estoy contando a todos acerca de mi experiencia, pero incluso a esa edad me sentía casi tonto de hablar de algo para lo que en realidad no tenía evidencias. Estaría mintiendo, sin embargo, si digo que esa fue la razón principal; todavía sentía que esa cosa se enfurecería con que siquiera hablara de ello.

Es curioso cómo ciertas palabras pueden permanecer ocultas de tu mente, sin importar cuán flagrantes o evidentes sean. Una palabra me llegó esa segunda noche, cuando estaba acostado en la oscuridad solo, asustado, consciente del cambio en el ambiente; un engrosamiento del aire, como si algo más lo hubiera desplazado. Al escuchar los primeros movimientos ocasionales de la ropa de cama de abajo: el primer incremento ansioso en mi ritmo cardiaco. Esa palabra, una palabra que había enviado al exilio, se filtró a través de mi conciencia, liberándose de toda represión y tallándose a sí misma en mi mente.

«Fantasma».

En cuanto ese pensamiento vino a mí, me di cuenta de que mi visitante no deseado había dejado de moverse. Las sábanas de la cama yacían tranquilas y quietas; pero habían sido reemplazadas por algo mucho más aterrador. Una lenta, rítmica y áspera respiración escapaba de la cosa de abajo. Me podía imaginar su pecho subiendo y bajando con cada respiración sórdida, sibilante y confusa. Me estremecí, y deseé, más allá de toda esperanza, que se fuera sin incidentes.

Entonces algo inconfundiblemente escalofriante sucedió: se movió. Se movió de una manera diferente que la de antes. Cuando se agitaba en la cama parecía inmotivado, descontrolado, casi animal. Este movimiento, sin embargo, fue impulsado por la conciencia, con propósito, con un objetivo en mente. Pues esa cosa que yacía en la oscuridad, esa cosa que parecía estar decidida a aterrorizar a un niño, tranquilamente y con indiferencia, se sentó. Su dificultosa respiración se había vuelto más ruidosa ahora que sólo un colchón y unas cuantas tablillas delgadas de madera separaban mi cuerpo de ello.

Me quedé inmóvil, mis ojos se llenaron de lágrimas. Un miedo que las meras palabras no pueden expresar ni a ustedes ni a nadie corría por mis venas. Me imaginé cómo luciría esa cosa sentada ahí, escuchando desde debajo de mi colchón, esperando obtener la más mínima señal de que estaba despierto. La imaginación entonces se convirtió en una realidad desconcertante. Comenzó a tocar las tablillas de madera sobre las que mi colchón se sostenía. Parecía que las tocaba con cuidado, llevando lo que me imaginaba que eran dedos y manos a lo largo de la superficie de la madera.

Luego, con mucha fuerza, hizo presión entre dos tablillas, en el colchón. Incluso a través del relleno, se sintió como si alguien me hubiera metido violentamente sus dedos en mi costado. Dejé escapar un alarido, y la sibilante y temblorosa cosa en la cama de abajo respondió a ello haciendo vibrar la litera, como lo había hecho la noche anterior.

Una vez más fui bañado en luz, y allí estaba mi madre, amorosa, preocupándose por mí como siempre lo hacía, con un abrazo reconfortante y palabras tranquilizadoras que eventualmente atenuaron mi histeria. Por supuesto, ella me preguntó qué era lo que me pasaba, pero no pude decirle, no me atreví a decirle. Simplemente dije una palabra una y otra y otra vez.

«Pesadilla».

Este patrón de acontecimientos continuó durante semanas, quizá meses. Noche tras noche me despertaba con el sonido de las sábanas revolviéndose. Gritaba cada vez, para no darle a esa abominación tiempo para tocarme y «sentirme». Con cada grito la cama se sacudía violentamente, deteniéndose con la llegada de mi madre, quien pasaría el resto de la noche en la cama de abajo, aparentemente ignorante de la fuerza siniestra que torturaba a su hijo por las noches.

En varias ocasiones me las arreglé para fingir estar enfermo y pensé en otras razones no-del-todo-ciertas para dormir en la cama de mis padres, pero la mayoría de las veces estaba solo en ese lugar durante las primeras horas de cada noche.

Con el tiempo puedes desensibilizarte hacia casi cualquier cosa, sin importa cuán terrible sea. Me había llegado a dar cuenta de que, por la razón que fuera, esa cosa no podía hacerme daño cuando mi madre estaba presente. Estoy seguro de que lo mismo se aplicaría con mi padre, pero por más amoroso que él fuera, despertarlo de su sueño era casi imposible.

Después de unos meses me había acostumbrado a mi visitante nocturno. No confundan esto con una amistad sobrenatural, yo detestaba la cosa. Aún le temía sobremanera, ya que casi podía sentir sus deseos y su personalidad, si se le puede llamar así; una personalidad llena de un odio perverso y retorcido que me anhelaba, tal vez sobre todas las cosas.


Mis mayores temores se hicieron patentes una vez más durante el invierno. Los días eran cortos, y las noches más largas proveían a ese desgraciado de más oportunidades. Fue un tiempo difícil para mi familia. Mi abuela, una mujer maravillosamente amable y gentil, se había deteriorado gravemente desde la muerte de mi abuelo. Mi madre estaba haciendo todo lo posible para mantenerla en el vecindario, pero la demencia es una enfermedad degenerativa y cruel, que despoja a la persona de sus recuerdos día con día. Pronto ella dejó de reconocernos, y quedó claro que tendría que ser trasladada de su casa a un asilo de ancianos.

Antes de que pudiéramos moverla, mi abuela tuvo unas noches particularmente difíciles y mi madre decidió que se quedaría con ella. Por mucho que amaba a mi abuela y no sentía más que angustia por su enfermedad, hasta el día de hoy me siento culpable de que mis primeros pensamientos no fueran sobre ella, sino de lo que mi visitante nocturno me podría hacer en caso de que se percatara de la ausencia de mi madre; su presencia seguía siendo lo único que estaba seguro me protegía de todo el horror que esa cosa podría llegar a hacerme sentir.

Llegué apresurado a mi casa después de la escuela ese día, y de inmediato quité las sábanas y el colchón de la cama de abajo, colocando sobre las tablillas un viejo escritorio, una cajonera y algunas sillas. Le dije a mi padre que estaba «haciendo una oficina», lo que encontró adorable, pero ni en broma le daría a esa cosa un lugar para dormir por otra noche más.

Cuando la oscuridad se acercaba, no sabía qué hacer. Mi único impulso fue el de recoger del joyero de mi mamá un crucifijo pequeño que había visto antes allí. Aunque mi familia no era muy religiosa, a esa edad yo todavía creía en Dios y tenía la esperanza de que de alguna manera eso me protegería. A pesar de mi miedo y ansiedad, mientras apretaba el crucifijo bajo mi almohada con una mano, el sueño eventualmente llegó. Esperé despertarme por la mañana sin mayor incidencia; desafortunadamente, esa noche fue la más terrorífica de todas.

Me desperté gradualmente. La habitación estaba una vez más a oscuras. Mientras mis ojos se acostumbraban, empecé a distinguir poco a poco la ventana y la puerta, las paredes, algunos juguetes en un estante e… incluso hasta el día de hoy me estremezco al pensar en ello, pues no había ningún ruido. Ninguna agitación de las sábanas. Ningún movimiento en absoluto. La habitación se sentía sin vida. Sin vida, mas no vacía.

Mi visitante nocturno, esa desagradable y sibilante cosa llena de odio que me había aterrorizado noche tras noche, no estaba en la cama de abajo, ¡estaba en mi cama! Abrí la boca para gritar, pero no emití sonido alguno. El terror absoluto había suprimido el sonido de mi voz. Me quedé inmóvil; si no podía gritar, no quería hacerle saber que estaba despierto.

Hasta ese momento no lo había visto, sólo podía sentirlo. Se ocultaba bajo mi sábana. Podía ver su contorno, y podía sentir su presencia, pero no me atreví a mirar. Su peso recaía sobre mí, una sensación que nunca olvidaré. Cuando digo que las horas pasaron, no exagero. Acostado allí inmóvil, en la oscuridad, horrorizado.

El miedo a veces puede desgastarte, hacerte un manojo de nervios, dejando sólo el más mínimo rastro tras de ti. ¡Tenía que salir de esa cama! Entonces lo recordé, el crucifijo. Mi mano todavía estaba debajo de la almohada, pero no tenía nada. Lentamente tanteé alrededor para encontrarlo, minimizando lo mejor que pude el sonido y las vibraciones que causaba, pero no lo pude encontrar. O lo había tirado de la cama, o… ni siquiera podía concebirlo: lo habían tomado de mi mano.

Sin el crucifijo perdí toda noción de esperanza. Incluso a una edad tan joven, puedes estar bastante consciente de lo que es la muerte, e intensamente asustado de ella. Sabía que iba a morir en esa cama si me quedaba allí, pasivo, expectante, sin hacer nada. Tenía que salir del cuarto, pero ¿cómo? ¿Debía saltar de la cama y esperar que llegara a la puerta a salvo?, ¿y qué tal si era más rápido que yo? ¿O debería arrastrarme lentamente fuera de la cama, esperando no despertar a mi compañero de litera?

Al darme cuenta de que no hizo nada cuando me moví tratando de encontrar el crucifijo, empecé a tener las ideas más extrañas. ¿Y si estaba dormido?

Ni siquiera había respirado desde que me desperté. Tal vez estaba descansando, creyendo que finalmente me poseía. Que finalmente estaba en sus garras. O quizá estaba jugando conmigo, después de todo eso es exactamente lo que había hecho por incontables noches, y ahora que estaba debajo de él, apretado contra mi colchón sin una madre que me protegiera, tal vez sólo lo estuviera posponiendo, saboreando su victoria hasta el último momento posible. Como un animal salvaje saboreando su presa.

Traté de respirar tan superficialmente como me fue posible, y reuniendo cada gramo de coraje que pude, comencé a levantar la sábana con la mano derecha. Lo que encontré bajo esas cubiertas casi detuvo mi corazón. No lo vi, pero en cuando mi mano movía la sábana, rozó algo. Algo suave y frío. Algo que sin lugar a dudas se sentía como una mano delgada. Contuve la respiración, asustado, pues ahora estaba seguro de que sabía que estaba despierto. Nada.

No se movía, parecía… muerto. Tras unos momentos llevé la mano un poco más adentro de la sábana y sentí un antebrazo delgado y mal formado; mi confianza y curiosidad casi mórbida creció en tanto me movía hacia un bíceps desproporcionadamente grande. El brazo estaba estirado, acostado sobre mi pecho, con la mano apoyada en mi hombro izquierdo, como si me hubiera agarrado mientras dormía. Entendí que tendría que mover ese apéndice cadavérico si quería escapar de sus garras.

Por alguna razón, la sensación en el hombro de mi ropa siendo arrugada por ese invasor de la noche me detuvo en seco. El miedo una vez más se acumuló en mi estómago y en mi pecho, mientras retiraba mi mano con disgusto por el tacto de cabello desarreglado y grasoso. No me atrevía a tocar su cara, pero hasta el día de hoy me pregunto cómo se habría sentido.

Dios santo, se movió.

Se movió. Fue sutil, pero su agarre en mi hombro y a lo largo de mi cuerpo se hizo más fuerte. No hubo lágrimas, pero juro por Dios que quería llorar. Mientras su mano y su brazo se enrollaban alrededor de mí, mi pierna derecha tocó la pared que estaba contra la cama. De entre todo lo que me pasó en esa habitación, esto fue lo más extraño. Me di cuenta de que la rancia y sofocante cosa que obtenía gran placer de violar la cama de un niño, no estaba enteramente encima de mí. Estaba saliendo de la pared, como una araña cazando desde su guarida.

De pronto, su agarre pasó de un apretón leve a un estrujón repentino; me jaló y arañó mi ropa, como asustado de que su oportunidad pasara. Opuse resistencia, pero su brazo esquelético era demasiado fuerte para mí. Su cabeza se alzó, retorciéndose bajo la sábana. Ahora comprendía hacia dónde era que me estaba llevando, ¡a la pared! Luché por mi vida, lloré y de pronto mi voz había regresado, gritando, pero nadie vino.

Entonces supe por qué estaba tan ansioso, por qué tenía que poseerme en ese instante. A través de mi ventana, esa ventana que parecía representar tanta maldad desde afuera, nacía esperanza: los primeros rayos de sol. Seguí luchando, sabiendo que de poder aguantar un poco más, él se iría. Mientras luchaba por mi vida, el parásito sobrenatural cambió de táctica, acercándose poco a poco a mi pecho, con su cabeza ahora asomándose por debajo de las sábanas, sibilante, tosiendo, jadeando. No recuerdo sus facciones, simplemente recuerdo su aliento contra mi rostro, fétido y tan frío como el hielo. A medida que el sol apareció en el horizonte, ese lugar oscuro, ese cuarto asfixiante fue purificado, bañado por la luz solar. Me desmayé cuando sus dedos flacos rodearon mi cuello, sacando la vida de mi cuerpo.

Fui despertado por mi padre ofreciéndome desayuno, ¡una vista en efecto maravillosa! Había sobrevivido a la experiencia más horrible de mi vida hasta ese momento, y la más horrible hasta hoy. Despegué la cama de la pared, retirando asimismo los muebles que creí que harían desistir a esa cosa de tomar una cama. Poco sabía que intentaría tomar la mía… y a mí.

Nunca le conté a nadie esta historia. Hasta el día de hoy, aún me despierto cubierto en sudor frío al sonido de las sábanas revolviéndose, o un jadeo causado por un resfriado; y ciertamente nunca duermo con la cama contra la pared. Llámenlo superstición si quieren, pues como he dicho, no puedo descartar explicaciones convencionales, tales como parálisis del sueño, alucinaciones o una imaginación demasiado activa, pero puedo decir esto: al mes siguiente mis padres me dieron su habitación en el otro extremo de la casa y ellos tomaron ese alargado pero extrañamente sofocante lugar como su dormitorio. Me dijeron que no necesitaban una habitación espaciosa, sino sólo una lo suficientemente grande como para alojar una cama y algunas otras cosas.


Duraron diez días allí. Nos mudamos al onceavo.