martes, 20 de agosto de 2013

Hora de Dormir

Se supone que la hora de dormir debe ser un momento feliz para un niño cansado, pero para mí era una experiencia aterradora. Mientras algunos niños pueden quejarse por ser enviados a la cama antes de que hayan terminado de ver una película o jugar su videojuego favorito; cuando yo era un niño, la noche era algo que me causaba verdadero terror. En algún lugar de mi mente, lo sigue siendo.

Como alguien que ha sido instruido en las ciencias, no puedo demostrar que lo que me pasó fue objetivamente real, pero puedo jurar que lo que experimenté fue terror genuino. Un miedo que en mi vida, me alegro de decir, nunca ha sido igualado. Voy a relatarles todo lo mejor que pueda; tómenlo como quieran. Yo estaré contento con sólo sacarlo de mi pecho.

No puedo recordar exactamente cuándo inició, pero mis problemas para conciliar el sueño parecían relacionarse con el hecho de haber sido trasladado a un dormitorio propio. En ese entonces tenía ocho años de edad y hasta ese momento había compartido una habitación con mi hermano mayor. Como es perfectamente comprensible para un niño cinco años mayor que yo, mi hermano finalmente pidió una habitación para él solo y, como resultado, se me entregó un cuarto en la parte trasera de la casa.

Era una habitación pequeña, estrecha, y sin embargo extrañamente alargada, lo suficiente como para alojar una cama y un par de muebles, pero no mucho más. Realmente no podía quejarme; incluso a esa edad, comprendía que no teníamos una casa grande y no tenía ningún motivo válido para estar decepcionado, puesto que mi familia era tanto amorosa como protectora. Fue una infancia feliz…  durante el día.

Una ventana solitaria daba a nuestro jardín trasero, nada fuera de lo común, pero incluso durante el día, la luz que se colaba en esa habitación parecía casi vacilante.

Mientras que mi hermano recibió una nueva cama, a mí me dieron la litera que solíamos compartir. Aunque me sentía mal por tener que dormir a solas, estaba emocionado ante la idea de poder dormir en la cama de arriba, lo cual me parecía algo realmente audaz.

Desde la primera noche, recuerdo una extraña sensación de malestar abriéndose paso desde lo más profundo de mi mente. Me tumbé en la cama de arriba, observando mis figuras de acción y mis coches regados sobre la alfombra azul. Mientras se desarrollaban batallas y aventuras imaginarias entre los juguetes del piso, no podía evitar sentir que mis ojos estaban siendo lentamente arrastrados hacia la litera de abajo, como si algo se moviera en el rabillo del ojo. Algo que no quería ser visto.

La cama estaba vacía, hecha impecablemente con una manta azul oscuro que cubría parcialmente dos almohadas blancas algo flácidas. No reflexioné más sobre ello en aquel momento, era un niño, y el ruido de la televisión de mis padres deslizándose por debajo de mi puerta me envolvía en una cálida sensación de seguridad y bienestar.

Me quedé dormido.

Cuando te despiertas de un sueño profundo porque escuchas que algo se mueve o se agita, te puede tomar unos segundos el darte cuenta de lo que está sucediendo realmente. El velo del sueño se cierne sobre tus ojos y oídos, incluso cuando estás lúcido.

Algo se movía, no había ninguna duda al respecto.

Al principio no estaba seguro de lo que era. Todo estaba oscuro, casi completamente negro, pero entraba suficiente luz desde afuera como para distinguir los contornos del estrecho y sofocante cuarto. Dos pensamientos aparecieron en mi mente simultáneamente. El primero era que mis padres seguían en la cama, porque el resto de la casa estaba a oscuras y en silencio. El segundo pensamiento se concentró en el ruido. El ruido que obviamente me había despertado.

Mientras las últimas telarañas del sueño se desvanecían de mi mente, el ruido tomó una forma más familiar. A veces el más simple de los sonidos puede ser el más desconcertante: una brisa fría meciendo un árbol, los pasos de un vecino incómodamente cerca, o en este caso, el simple sonido de sábanas revolviéndose en la oscuridad.

Eso era, sábanas revolviéndose en la oscuridad como si un durmiente perturbado estuviera tratando de ponerse cómodo en la cama de abajo. Me quedé inmóvil, reteniendo el pensamiento de que el ruido era o mi imaginación, o tal vez sólo mi gato buscando en donde pasar la noche. Fue entonces cuando noté la puerta, cerrada como lo había estado antes de que me quedase dormido.

Quizá mi madre había venido a verme y el gato se había escabullido en mi habitación.

Sí, eso debió de haber sido. Me volví hacia la pared, cerrando los ojos con la vana esperanza de que pudiera volver a dormirme. Mientras conciliaba el sueño, el movimiento de debajo de mí cesó. Pensé que había espantado a mi gato, pero pronto me di cuenta de que el visitante en la cama de abajo era menos mundano que mi mascota tratando de dormir y mucho más siniestro.

Como si hubiera sido molestado, descontento por mi presencia, el durmiente perturbado comenzó a revolverse y girar violentamente, como un niño haciendo un berrinche en su cama. Podía oír las sábanas torcerse y girar con una ferocidad cada vez mayor. El miedo se apoderó de mí entonces, no en la misma manera sutil en que lo había experimentado un momento antes, sino que ahora era potente y sobrecogedor. Mi corazón se aceleró y mis ojos se dilataron, escudriñando la oscuridad, casi impenetrable.

Dejé escapar un grito.

Como la mayoría de los niños hacen, instintivamente llamé a mi madre. Podía escuchar pisadas desde el otro lado de la casa, pero en cuanto di un suspiro de alivio porque mis padres venían a salvarme, la litera de repente empezó a temblar violentamente como si estuviera siendo sacudida por un terremoto, chocando repetidamente contra la pared. No me atreví a saltar de la cama por temor de que la cosa de abajo se me acercara y me atrapara, llevándome hacia la oscuridad, así que me quedé allí, con los nudillos blancos atrayendo las sábanas hacia mí como un manto de protección. La espera me pareció una eternidad.

La puerta finalmente -y gracias a Dios- se abrió de golpe, dejándome inmóvil bajo la luz, mientras que la litera de abajo, el lugar de descanso de mi visitante no deseado, permanecía vacío y silencioso.

Yo lloraba y mi madre me consolaba. Lágrimas de miedo y luego de alivio corrían por mi cara. Sin embargo, a pesar de todo el horror, no le dije por qué estaba tan asustado. No puedo explicarlo, pero era como si supiera que lo que sea que hubiera estado en esa cama volvería al hablar de ello, o al pronunciar una sola sílaba acerca de su existencia. Si eso era así en verdad, no lo sé, pero cuando era niño sentí como si esa amenaza invisible se mantuviera cerca, escuchando.

Mi madre se acostó en la cama vacía, prometiéndome que estaría allí hasta la mañana. Eventualmente mi ansiedad se calmó, el cansancio me obligó a dormir de nuevo; pero permanecí inquieto, despertando continuamente con el sonido de sábanas revolviéndose.

Recuerdo que al día siguiente quería ir a cualquier parte, estar en cualquier parte, excepto en aquella habitación estrecha y sofocante. Era sábado y pasé la tarde jugando afuera muy contento con mis amigos. Aunque nuestra casa no era grande, tuvimos la suerte de tener un extenso jardín en la parte posterior. Jugábamos allí a menudo, pues gran parte se había dejado crecer y podíamos ocultarnos en los arbustos, escalar el enorme árbol de sicomoro que sobresalía por encima de todo, y fácilmente imaginar que estábamos en una aventura fantástica, en alguna tierra exótica salvaje.

Aunque todo era muy divertido, ocasionalmente dirigía mi mirada a esa pequeña ventana; ordinaria, delgada, inocua. En el exterior, el exuberante entorno verde de nuestro jardín acompañado de las caras sonrientes de mis amigos no pudo extinguir la sensación que recorría mi espina dorsal. La sensación de que había algo en esa habitación observándome jugar, esperando la noche cuando estuviera solo, entusiasmadamente lleno de odio.

Puede sonarles extraño, pero cuando mis padres me dejaron solo de nuevo en esa habitación por la noche, no dije nada. No protesté, ni siquiera inventé una excusa de por qué no podía dormir allí. Simplemente entré en la habitación disgustado, subí los pocos escalones hacia la cama de arriba y luego esperé. Ahora que soy adulto estoy contando a todos acerca de mi experiencia, pero incluso a esa edad me sentía casi tonto de hablar de algo para lo que en realidad no tenía evidencias. Estaría mintiendo, sin embargo, si digo que esa fue la razón principal; todavía sentía que esa cosa se enfurecería con que siquiera hablara de ello.

Es curioso cómo ciertas palabras pueden permanecer ocultas de tu mente, sin importar cuán flagrantes o evidentes sean. Una palabra me llegó esa segunda noche, cuando estaba acostado en la oscuridad solo, asustado, consciente del cambio en el ambiente; un engrosamiento del aire, como si algo más lo hubiera desplazado. Al escuchar los primeros movimientos ocasionales de la ropa de cama de abajo: el primer incremento ansioso en mi ritmo cardiaco. Esa palabra, una palabra que había enviado al exilio, se filtró a través de mi conciencia, liberándose de toda represión y tallándose a sí misma en mi mente.

«Fantasma».

En cuanto ese pensamiento vino a mí, me di cuenta de que mi visitante no deseado había dejado de moverse. Las sábanas de la cama yacían tranquilas y quietas; pero habían sido reemplazadas por algo mucho más aterrador. Una lenta, rítmica y áspera respiración escapaba de la cosa de abajo. Me podía imaginar su pecho subiendo y bajando con cada respiración sórdida, sibilante y confusa. Me estremecí, y deseé, más allá de toda esperanza, que se fuera sin incidentes.

Entonces algo inconfundiblemente escalofriante sucedió: se movió. Se movió de una manera diferente que la de antes. Cuando se agitaba en la cama parecía inmotivado, descontrolado, casi animal. Este movimiento, sin embargo, fue impulsado por la conciencia, con propósito, con un objetivo en mente. Pues esa cosa que yacía en la oscuridad, esa cosa que parecía estar decidida a aterrorizar a un niño, tranquilamente y con indiferencia, se sentó. Su dificultosa respiración se había vuelto más ruidosa ahora que sólo un colchón y unas cuantas tablillas delgadas de madera separaban mi cuerpo de ello.

Me quedé inmóvil, mis ojos se llenaron de lágrimas. Un miedo que las meras palabras no pueden expresar ni a ustedes ni a nadie corría por mis venas. Me imaginé cómo luciría esa cosa sentada ahí, escuchando desde debajo de mi colchón, esperando obtener la más mínima señal de que estaba despierto. La imaginación entonces se convirtió en una realidad desconcertante. Comenzó a tocar las tablillas de madera sobre las que mi colchón se sostenía. Parecía que las tocaba con cuidado, llevando lo que me imaginaba que eran dedos y manos a lo largo de la superficie de la madera.

Luego, con mucha fuerza, hizo presión entre dos tablillas, en el colchón. Incluso a través del relleno, se sintió como si alguien me hubiera metido violentamente sus dedos en mi costado. Dejé escapar un alarido, y la sibilante y temblorosa cosa en la cama de abajo respondió a ello haciendo vibrar la litera, como lo había hecho la noche anterior.

Una vez más fui bañado en luz, y allí estaba mi madre, amorosa, preocupándose por mí como siempre lo hacía, con un abrazo reconfortante y palabras tranquilizadoras que eventualmente atenuaron mi histeria. Por supuesto, ella me preguntó qué era lo que me pasaba, pero no pude decirle, no me atreví a decirle. Simplemente dije una palabra una y otra y otra vez.

«Pesadilla».

Este patrón de acontecimientos continuó durante semanas, quizá meses. Noche tras noche me despertaba con el sonido de las sábanas revolviéndose. Gritaba cada vez, para no darle a esa abominación tiempo para tocarme y «sentirme». Con cada grito la cama se sacudía violentamente, deteniéndose con la llegada de mi madre, quien pasaría el resto de la noche en la cama de abajo, aparentemente ignorante de la fuerza siniestra que torturaba a su hijo por las noches.

En varias ocasiones me las arreglé para fingir estar enfermo y pensé en otras razones no-del-todo-ciertas para dormir en la cama de mis padres, pero la mayoría de las veces estaba solo en ese lugar durante las primeras horas de cada noche.

Con el tiempo puedes desensibilizarte hacia casi cualquier cosa, sin importa cuán terrible sea. Me había llegado a dar cuenta de que, por la razón que fuera, esa cosa no podía hacerme daño cuando mi madre estaba presente. Estoy seguro de que lo mismo se aplicaría con mi padre, pero por más amoroso que él fuera, despertarlo de su sueño era casi imposible.

Después de unos meses me había acostumbrado a mi visitante nocturno. No confundan esto con una amistad sobrenatural, yo detestaba la cosa. Aún le temía sobremanera, ya que casi podía sentir sus deseos y su personalidad, si se le puede llamar así; una personalidad llena de un odio perverso y retorcido que me anhelaba, tal vez sobre todas las cosas.


Mis mayores temores se hicieron patentes una vez más durante el invierno. Los días eran cortos, y las noches más largas proveían a ese desgraciado de más oportunidades. Fue un tiempo difícil para mi familia. Mi abuela, una mujer maravillosamente amable y gentil, se había deteriorado gravemente desde la muerte de mi abuelo. Mi madre estaba haciendo todo lo posible para mantenerla en el vecindario, pero la demencia es una enfermedad degenerativa y cruel, que despoja a la persona de sus recuerdos día con día. Pronto ella dejó de reconocernos, y quedó claro que tendría que ser trasladada de su casa a un asilo de ancianos.

Antes de que pudiéramos moverla, mi abuela tuvo unas noches particularmente difíciles y mi madre decidió que se quedaría con ella. Por mucho que amaba a mi abuela y no sentía más que angustia por su enfermedad, hasta el día de hoy me siento culpable de que mis primeros pensamientos no fueran sobre ella, sino de lo que mi visitante nocturno me podría hacer en caso de que se percatara de la ausencia de mi madre; su presencia seguía siendo lo único que estaba seguro me protegía de todo el horror que esa cosa podría llegar a hacerme sentir.

Llegué apresurado a mi casa después de la escuela ese día, y de inmediato quité las sábanas y el colchón de la cama de abajo, colocando sobre las tablillas un viejo escritorio, una cajonera y algunas sillas. Le dije a mi padre que estaba «haciendo una oficina», lo que encontró adorable, pero ni en broma le daría a esa cosa un lugar para dormir por otra noche más.

Cuando la oscuridad se acercaba, no sabía qué hacer. Mi único impulso fue el de recoger del joyero de mi mamá un crucifijo pequeño que había visto antes allí. Aunque mi familia no era muy religiosa, a esa edad yo todavía creía en Dios y tenía la esperanza de que de alguna manera eso me protegería. A pesar de mi miedo y ansiedad, mientras apretaba el crucifijo bajo mi almohada con una mano, el sueño eventualmente llegó. Esperé despertarme por la mañana sin mayor incidencia; desafortunadamente, esa noche fue la más terrorífica de todas.

Me desperté gradualmente. La habitación estaba una vez más a oscuras. Mientras mis ojos se acostumbraban, empecé a distinguir poco a poco la ventana y la puerta, las paredes, algunos juguetes en un estante e… incluso hasta el día de hoy me estremezco al pensar en ello, pues no había ningún ruido. Ninguna agitación de las sábanas. Ningún movimiento en absoluto. La habitación se sentía sin vida. Sin vida, mas no vacía.

Mi visitante nocturno, esa desagradable y sibilante cosa llena de odio que me había aterrorizado noche tras noche, no estaba en la cama de abajo, ¡estaba en mi cama! Abrí la boca para gritar, pero no emití sonido alguno. El terror absoluto había suprimido el sonido de mi voz. Me quedé inmóvil; si no podía gritar, no quería hacerle saber que estaba despierto.

Hasta ese momento no lo había visto, sólo podía sentirlo. Se ocultaba bajo mi sábana. Podía ver su contorno, y podía sentir su presencia, pero no me atreví a mirar. Su peso recaía sobre mí, una sensación que nunca olvidaré. Cuando digo que las horas pasaron, no exagero. Acostado allí inmóvil, en la oscuridad, horrorizado.

El miedo a veces puede desgastarte, hacerte un manojo de nervios, dejando sólo el más mínimo rastro tras de ti. ¡Tenía que salir de esa cama! Entonces lo recordé, el crucifijo. Mi mano todavía estaba debajo de la almohada, pero no tenía nada. Lentamente tanteé alrededor para encontrarlo, minimizando lo mejor que pude el sonido y las vibraciones que causaba, pero no lo pude encontrar. O lo había tirado de la cama, o… ni siquiera podía concebirlo: lo habían tomado de mi mano.

Sin el crucifijo perdí toda noción de esperanza. Incluso a una edad tan joven, puedes estar bastante consciente de lo que es la muerte, e intensamente asustado de ella. Sabía que iba a morir en esa cama si me quedaba allí, pasivo, expectante, sin hacer nada. Tenía que salir del cuarto, pero ¿cómo? ¿Debía saltar de la cama y esperar que llegara a la puerta a salvo?, ¿y qué tal si era más rápido que yo? ¿O debería arrastrarme lentamente fuera de la cama, esperando no despertar a mi compañero de litera?

Al darme cuenta de que no hizo nada cuando me moví tratando de encontrar el crucifijo, empecé a tener las ideas más extrañas. ¿Y si estaba dormido?

Ni siquiera había respirado desde que me desperté. Tal vez estaba descansando, creyendo que finalmente me poseía. Que finalmente estaba en sus garras. O quizá estaba jugando conmigo, después de todo eso es exactamente lo que había hecho por incontables noches, y ahora que estaba debajo de él, apretado contra mi colchón sin una madre que me protegiera, tal vez sólo lo estuviera posponiendo, saboreando su victoria hasta el último momento posible. Como un animal salvaje saboreando su presa.

Traté de respirar tan superficialmente como me fue posible, y reuniendo cada gramo de coraje que pude, comencé a levantar la sábana con la mano derecha. Lo que encontré bajo esas cubiertas casi detuvo mi corazón. No lo vi, pero en cuando mi mano movía la sábana, rozó algo. Algo suave y frío. Algo que sin lugar a dudas se sentía como una mano delgada. Contuve la respiración, asustado, pues ahora estaba seguro de que sabía que estaba despierto. Nada.

No se movía, parecía… muerto. Tras unos momentos llevé la mano un poco más adentro de la sábana y sentí un antebrazo delgado y mal formado; mi confianza y curiosidad casi mórbida creció en tanto me movía hacia un bíceps desproporcionadamente grande. El brazo estaba estirado, acostado sobre mi pecho, con la mano apoyada en mi hombro izquierdo, como si me hubiera agarrado mientras dormía. Entendí que tendría que mover ese apéndice cadavérico si quería escapar de sus garras.

Por alguna razón, la sensación en el hombro de mi ropa siendo arrugada por ese invasor de la noche me detuvo en seco. El miedo una vez más se acumuló en mi estómago y en mi pecho, mientras retiraba mi mano con disgusto por el tacto de cabello desarreglado y grasoso. No me atrevía a tocar su cara, pero hasta el día de hoy me pregunto cómo se habría sentido.

Dios santo, se movió.

Se movió. Fue sutil, pero su agarre en mi hombro y a lo largo de mi cuerpo se hizo más fuerte. No hubo lágrimas, pero juro por Dios que quería llorar. Mientras su mano y su brazo se enrollaban alrededor de mí, mi pierna derecha tocó la pared que estaba contra la cama. De entre todo lo que me pasó en esa habitación, esto fue lo más extraño. Me di cuenta de que la rancia y sofocante cosa que obtenía gran placer de violar la cama de un niño, no estaba enteramente encima de mí. Estaba saliendo de la pared, como una araña cazando desde su guarida.

De pronto, su agarre pasó de un apretón leve a un estrujón repentino; me jaló y arañó mi ropa, como asustado de que su oportunidad pasara. Opuse resistencia, pero su brazo esquelético era demasiado fuerte para mí. Su cabeza se alzó, retorciéndose bajo la sábana. Ahora comprendía hacia dónde era que me estaba llevando, ¡a la pared! Luché por mi vida, lloré y de pronto mi voz había regresado, gritando, pero nadie vino.

Entonces supe por qué estaba tan ansioso, por qué tenía que poseerme en ese instante. A través de mi ventana, esa ventana que parecía representar tanta maldad desde afuera, nacía esperanza: los primeros rayos de sol. Seguí luchando, sabiendo que de poder aguantar un poco más, él se iría. Mientras luchaba por mi vida, el parásito sobrenatural cambió de táctica, acercándose poco a poco a mi pecho, con su cabeza ahora asomándose por debajo de las sábanas, sibilante, tosiendo, jadeando. No recuerdo sus facciones, simplemente recuerdo su aliento contra mi rostro, fétido y tan frío como el hielo. A medida que el sol apareció en el horizonte, ese lugar oscuro, ese cuarto asfixiante fue purificado, bañado por la luz solar. Me desmayé cuando sus dedos flacos rodearon mi cuello, sacando la vida de mi cuerpo.

Fui despertado por mi padre ofreciéndome desayuno, ¡una vista en efecto maravillosa! Había sobrevivido a la experiencia más horrible de mi vida hasta ese momento, y la más horrible hasta hoy. Despegué la cama de la pared, retirando asimismo los muebles que creí que harían desistir a esa cosa de tomar una cama. Poco sabía que intentaría tomar la mía… y a mí.

Nunca le conté a nadie esta historia. Hasta el día de hoy, aún me despierto cubierto en sudor frío al sonido de las sábanas revolviéndose, o un jadeo causado por un resfriado; y ciertamente nunca duermo con la cama contra la pared. Llámenlo superstición si quieren, pues como he dicho, no puedo descartar explicaciones convencionales, tales como parálisis del sueño, alucinaciones o una imaginación demasiado activa, pero puedo decir esto: al mes siguiente mis padres me dieron su habitación en el otro extremo de la casa y ellos tomaron ese alargado pero extrañamente sofocante lugar como su dormitorio. Me dijeron que no necesitaban una habitación espaciosa, sino sólo una lo suficientemente grande como para alojar una cama y algunas otras cosas.


Duraron diez días allí. Nos mudamos al onceavo.


lunes, 19 de agosto de 2013

Psicosis

Este quizás es el creepypasta más largo jamás publicado en el blog, disfruten.

Domingo.

No estoy seguro de por qué estoy escribiendo esto en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi computadora… es sólo que… necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un lugar donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o… cambiado… no es que haya pasado antes. Es mi memoria, enturbia las cosas, las revuelve.

Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento. Quizás ese es el problema. Sí, tenía que ir y escoger el apartamento más barato, el único que está en el sótano. La falta de ventanas hace que el día y la noche parezcan la misma cosa. No he salido en días porque he estado sumergido en este proyecto de programación, supongo que quería acabarlo de una buena vez. Horas de estar sentado delante de un monitor puede hacer que cualquiera se sienta extraño, lo sé, pero no creo que sea eso.

No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba raro. Ni siquiera puedo definir qué es. Probablemente porque no he hablado con nadie en un tiempo. Eso es lo primero que me inquietó. Todos con los que normalmente chateo mientras programo han estado ausentes, o simplemente desconectados. Mis mensajes no fueron respondidos. El último correo que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Le llamaría con mi celular, pero la señal aquí es terrible. Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.



Bueno, eso no salió tan bien. Mientras la sensación de temor se desvanece, me siento un poco ridículo por haber estado asustado en absoluto. Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de dos días que me ha crecido. Después de todo saldría tan sólo para hacer una corta llamada. Aunque sí me cambié de camisa, pues era hora de almorzar, y supuse que me encontraría al menos con una persona conocida. O al menos eso era lo que quería.

Cuando salía, ligeramente abrí la puerta de mi apartamento. Una sensación de aprehensión, de alguna forma se había introducido en mi cuerpo, por una razón desconocida. Se lo atribuí a no haber hablado con nadie más que yo por uno o dos días. Me asomé en el deslucido corredor, tan deslucido como el corredor de un sótano puede ser. Apenas iluminado por un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear, encendiéndose y apagándose en una agonía que al parecer durará mucho tiempo todavía. En un extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio. Estaba cerrada, por supuesto. Dos oxidadas máquinas expendedoras a su lado; compré un refresco de una de ellas mi primer día aquí, pero tenía pasada la fecha de caducidad desde hace dos años. Estoy bastante seguro que nadie más en el edificio sabe que estas máquinas están aquí abajo, o que a mi tacaña casera simplemente no le interesa reabastecerlas.

Deslicé mi puerta con suavidad, y caminé en dirección opuesta procurando no hacer sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, camuflarse con el rumor general del pasillo. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la puerta, y para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y las luces de los automóviles que daban vuelta en la intersección iluminaban a la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía excepto por los pocos abedules de la acera meneados por el viento. Recuerdo temblar aunque no tenía frío. Quizá fue por el viento de afuera. Podía vagamente oírlo a través de la puerta, y sabía que era esa particular clase de viento de media noche, ese que es constante, frío y callado, salvo por la dulce melodía que sonaba cuando se abría paso entre las incontables hojas de los árboles.

Decidí no salir.

En su lugar, levanté mi celular a la altura de la ventanilla, y revisé el medidor de señal. Las barritas llenaron el medidor, y sonreí. “Es tiempo de escuchar la voz de alguien más”, recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el tenerle miedo a la nada. Negué con mi cabeza riéndome de mi mismo en silencio. Marqué el número de mi mejor amiga Amanda y acerqué el teléfono a mi oreja. Sonó una vez… y entonces paró. Nada pasó. Escuché el silencio por unos buenos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el seño y miré al medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su número de nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, asustándome. Lo pasé a mi oreja.

“¿Bueno?”, pregunté, reteniendo el ligero shock de oír hablar la primera voz en días, aún si se tratase de la mía. Estaba tan acostumbrado a los regulares sonidos del edificio, de mi computador y el de las máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna respuesta a mi saludo en un principio, pero luego, finalmente se escuchó una voz.

¿Qué hay?”, dijo claramente la voz de un joven, al otro lado de la línea. “¿Quién habla?”

“Juan”, le respondí, confundido.

“Ah, perdón, número equivocado”, contestó, y colgó.

Bajé el celular lentamente y recargué mi cuerpo contra la pared. Eso fue extraño. Revisé en mi registro de llamadas, el número era desconocido. Antes de que pudiera meditar sobre ello, el celular sonó de nuevo, asombrándome una vez más. Está vez miré el número antes de contestar. También era desconocido. Coloqué el aparato junto a mi oído, pero permanecí en silencio. Todo lo que escuché fue el usual sonido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con mi tensión.

“¿Juan?”, fue la única palabra, en voz de Amanda.

Suspiré aliviado.

“Hey, eres tú”, contesté.

“¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy en una fiesta en la Séptima Avenida, y mi teléfono murió justo cuando me llamaste. Éste es el teléfono de alguien más, naturalmente”.

“Ah, bueno”, le dije.

“¿Dónde estás?”, preguntó.

Paseé los ojos por lo muros y su pintura descarapelada, la pesada puerta de metal que tenía al frente, con su pequeña ventilla.

“En mi departamento”, suspiré. “Sólo me sentía un poco encerrado. No sabía que era tan tarde”.

“Deberías venir aquí”, me dijo, riendo.

“Nah, no estoy de humor para ir a caminar solo a estas horas”, dije, mirando por la ventanilla a la silenciosa y airosa calle que secretamente me causaba un poco de temor. “Creo que mejor voy a seguir trabajando o tal vez me vaya a dormir”.

“¡Tonterías!”, contestó. “¡Puedo ir a traerte! ¿Tu departamento queda cerca de aquí, cierto?”

“¿Que tan borracha estás?”, le pregunté divertido. “Tú sabes dónde vivo”.

“Ah, claro. ¿Supongo que puedo llegar allí caminando, no?”

“Podrías, si quisieras desperdiciar media hora”.

“Cierto”, contestó. “Bueno, me tengo que ir, ¡suerte con tu trabajo!”



Bajé el teléfono de nuevo, viendo a los números parpadear en la pantalla mientras la llamada finalizaba. El inquieto zumbido de las máquinas se reprodujo en mis oídos. Las dos llamadas extrañas y la vista a esa tétrica calle terminaron por encarrilarme de nuevo a mi soledad en esta sala vacía. Tal vez por haber visto tantas películas de terror, tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por la ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de horrible entidad que se pasa orbitando en el borde de la soledad, esperando el momento para arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los de su clase. Sabía que el miedo era irracional, pero no había nadie cerca, así que… bajé las escaleras, corriendo por el pasillo hasta mi cuarto, cerrando la puerta tras de mí lo más rápido que pude, procurando permanecer callado. Como dije, me siento un poco ridículo por haber estado asustado de nada, y el temor ya se ha desvanecido. Escribir esto me ayuda mucho, me hace darme cuenta de que nada anda mal. Filtra mis pensamientos incompletos y miedos, dejando sólo hechos concretos y objetivos. Es tarde, recibí una llamada de un número equivocado, y al teléfono de Amanda se le agotó la carga, así que llamó de vuelta con otro teléfono. Nada extraño está pasando.

Aun así, hubo algo inusual en esa conversación. Sé que pudo haber sido por el alcohol que había tomado… ¿O fue ella a quién sentí extraña? O fue… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta ahora, hasta que lo escribí. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché en el fondo fue silencio! Claro, eso no significa nada en particular, pues ella pudo haber salido a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser. ¡No escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está soplando!

Lunes.

Olvidé terminar de escribir anoche. No sé qué esperaba ver cuando corrí por la escalera y asomé el rostro por la ventanilla. Me siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago e irracional ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día. Voy a revisar mi correo, afeitarme, darme un baño, ¡y finalmente salir de aquí! Un momento… Creo que escuché algo.


Era un trueno. Todo eso sobre la luz del día y el aire fresco no pasó. Subí por los escalones, sólo para enfrentar la decepción. El cristal en la puerta principal era sacudido por la lluvia torrencial que se desataba afuera. Sólo una muy gris, débil luz se filtraba desde las nubes en lo alto y llegaba hasta aquí; pero al menos sabía que era de día, incluso si era un decaído y húmedo día. Intenté quedarme a esperar que un relámpago iluminase la escena, pero la lluvia era muy fuerte y no pude visualizar nada más que indistinguibles siluetas paseándose por los extraños ángulos de la corriente bañando la ventanilla. Decepcionado, me di la vuelta, pero no quería volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras, al primer piso, al segundo. Terminé en el tercer piso, el más alto del edifico. Miré a través del vidrio que había a un lado de las escaleras, en la pared que conectaba a las habitaciones; pero era de esos cristales gruesos y nebulosos que bloquean la luz. No es que hubiera mucho que ver en la lluvia después de todo.

Me paseé por el pasillo alfombrado. Las diez o más puertas de madera, pintadas de azul hace mucho tiempo, estaban todas cerradas. Escuché atentamente mientras caminaba, pero ya era medio día, así que no me sorprendió no oír nada más que el sonido de la lluvia afuera. Mientras permanecí allí parado, en ese turbio lugar, tuve la extraña y fugaz impresión de que las puertas estaban cimentadas como silenciosos monolitos de granito esculpidos por una antigua y olvidada civilización con un insondable propósito guardián. Cayó un relámpago que iluminó el pasillo, y pude haber jurado que, sólo por un momento, las viejas y roídas puertas azules se vieron justo como roca áspera. Me reí de mí mismo por dejar que mi imaginación me engañara de ese modo, pero entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debía significar que había ventanas en algún lugar del pasillo. Un recuerdo distante me llegó, y de inmediato recordé que el tercer piso tiene una alcoba con una ventana justo a la mitad del corredor.

Emocionado por mirar la ciudad desde arriba, en medio de la lluvia e incluso quizá, ver a otra persona, caminé velozmente hacia la alcoba, encontrando la larga y delgada ventana. La lluvia la había lavado, al igual que la ventanilla de la puerta principal, pero esta no pude abrirla. Extendí mi mano a la manilla para hacerlo, pero dudé. Tenía la más extraña sensación de que si la abría, vería algo completamente terrible del otro lado. Todo ha estado tan raro últimamente… Así que ingenié un plan, y volví aquí para llevar lo que necesitaba. No pienso realmente que lograré algo con ello, pero estoy aburrido, llueve, y me estoy volviendo loco de remate. Regresé a traer mi cámara web. De ninguna forma el cable alcanzaría llegar hasta el tercer piso, por lo que, en su lugar, voy a ocultarla entre las dos máquinas expendedoras en el oscuro extremo del sótano, pasar el cable por debajo de mi puerta, y poner cinta de aislar sobre ella para camuflarla con la tira de plástico negra que decora la base de las paredes del corredor. Sé que es tonto, pero no tengo nada mejor que hacer…

Bueno, nada pasó. Dejé abierta la puerta de mi apartamento, me llené de coraje, fui hasta la puerta metálica, la abrí y corrí como alma que lleva el diablo de nuevo a mi cuarto y azoté la puerta. Miré por la cámara web de mi computadora atento, viendo en la transmisión el pasillo afuera de aquí y una parte de las escaleras. Sigo observando la webcam en este momento, y no aparece nada interesante. Desearía que el ángulo de la cámara fuera distinto, que pudiera ver al menos una parte de la puerta. ¡Hey! ¡Alguien se conectó!


Usé una cámara más antigua que tenía en mi closet para chatear con mi amigo. No supe cómo explicarle por qué quería que fuera una videollamada, pero se sintió bien ver la cara de otra persona. No pudo hablar por mucho tiempo, y no hablamos de nada importante, pero me siento mucho mejor. Mi absurdo miedo ya casi ha pasado. Ya lo habría dejado a un lado, sino fuera por lo… extraño que transcurrió la conversación. Sé que he dicho que todo me ha parecido extraño, pero… sus respuestas fueron tan vagas. No puedo recordar ni una cosa específica que me haya dicho… ningún nombre, lugar o evento en particular… Pero si me pidió mi dirección de correo, para mantenerse en contacto. Un momento, me llegó un correo.

Estoy a punto de salir. Recibí un correo de Amanda para pedirme que nos reuniéramos en “el lugar a donde siempre vamos”. Me encanta la pizza y he estado comiendo de las sobras que había en lo que una vez fue una alacena decorosa; así que no puedo esperar. De nuevo, me siento ridículo por estos últimos días. Debería quemar este diario cuando regrese.

Otro correo.


Oh por Dios. Casi ignoro el correo y abro la puerta. Por poco y abro la puerta. Por poco y abro la puerta, pero leí el correo primero. Era de un amigo que tengo un buen tiempo sin ver, y fue enviado a muchísimos correos que deben ser cada contacto que tiene guardado. Carecía de título, y decía, simplemente:

“ve con tus propios ojos
 no confíes en él”

¿Qué demonios puede significar eso? No me lo puedo sacar de la cabeza. ¿Es un mensaje enviado para advertir que algo ocurrió? ¡La frase claramente se mandó sin completar! En cualquier otro día hubiera tomado esto como spam, pero después de las palabras “ve con tus propios ojos”, no puedo evitar sino releer este diario y repasar estos últimos días, y caer en cuenta de que no he visto a ninguna persona con mis propios ojos o hablado con alguien cara a cara. La conversación en línea con mi amigo fue tan extraña, tan vaga, tan… misteriosa, ahora que lo pienso. ¿En serio fue misteriosa? ¿O es el miedo que está nublando mi memoria? Mi mente juega con los eventos que he organizado aquí, señalando que no ha habido ni un tan solo dato que haya dado sin sospechar. El “número equivocado” que obtuvo mi nombre y la subsecuente llamada de Amanda, el amigo que pidió mi dirección de correo… Yo le saludé primero cuando vi que estaba conectado. Y luego recibí un correo apenas terminó la conversación, ¡oh por Dios! ¡La llamada con Amanda! ¡Le dije por el teléfono, le dije que estaba a media hora de la Séptima Avenida! ¡Ellos saben que estoy cerca de allí! ¡¿Qué si están tratando de encontrarme?! ¿Dónde está todo el mundo? ¡¿Por qué no he visto o escuchado de nadie en días?!

No, no, esto está mal. Es de locos. Necesito calmarme.
No sé qué pensar. Recorrí mi departamento desesperado, sosteniendo mi celular en cada rincón para ver si puedo obtener algo de señal. Finalmente, en el baño, cerca de una de las esquinas superiores, una barrita. Sosteniéndolo a esa altura, envié un mensaje de texto a cada número de mi lista. Tomé en cuenta la posibilidad, el peor escenario, lo peor que imagino. Envié:

¿Has visto a alguien cara a cara últimamente?

A este punto, sólo necesito una respuesta. No me importa cuál sea, o si me dejé en ridículo al hacer esto. Intenté hacer una llamada, pero no podía elevar mi cabeza lo suficiente, y si bajaba el teléfono tan siquiera un centímetro, perdía la señal. Luego recordé la computadora y fui directo a por ella, envíe mensaje a todos mis contactos conectados. La mayoría estaba ausente u ocupado. Nadie respondió. Perdí la paciencia. Empecé a inventarme pretextos para justificar que vinieran hasta aquí. No me importa nada a estas alturas. ¡Sólo necesito ver a otra persona!

Desbaraté mi apartamento tratando de buscar algo que pasé por alto; alguna forma de contactar a otro ser humano sin abrir la puerta. Sé que es loco, sé que es irracional, pero es posible, ¡es posible! Y necesito estar seguro. Fijé el celular al techo por si acaso.

Martes.

¡El celular sonó! Agotado por el alboroto de anoche, debí haberme quedado dormido. Me despertó el tono de mi celular, corrí al baño, me paré en el retrete y lo alcancé para contestar la llamada. Era Amanda, y ahora me siento mucho mejor. Estaba muy preocupada por mí y aparentemente ha intentado llamarme desde que la dejé plantada. Viene para acá, sí, sabía dónde estoy sin necesidad de que se lo dijera. Estoy muerto de la vergüenza. Definitivamente voy a tirar este diario antes de que alguien lo vea. Ya ni sé por qué sigo escribiendo en él. Bueno, quizá porque ha sido el único tipo de comunicación que he tenido desde… Dios sabe cuando. Me veo terrible. Me di un vistazo al espejo antes de volver aquí. Mis ojos están hundidos, mi barba más grande y pareciera que estoy enfermo.

Mi apartamento está hecho un desastre, pero no voy a limpiarlo. Creo que necesito que alguien más vea por lo que he pasado. Estos últimos días no han sido normales, por donde lo vea. No soy de los que imaginan cosas. He sido víctima de la probabilidad. Seguro estuve a punto de ver a otra persona en docena de ocasiones. Lo que sucedió es que salí cuando era tarde por la noche, o medio día cuando todo el mundo está trabajando. Ahora sé que todo está bien. Además, encontré algo ayer que me ayudó tremendamente: ¡un televisor! Lo conecté justo antes de sentarme a escribir esto, y lo escucho sonar de fondo. La televisión siempre ha sido un escape para mí, y me recuerda que afuera de estos muros el mundo sigue andando.

Me alegra que Amanda haya sido la única que me contactó luego de haber mandado todos esos absurdos mensajes. Ha sido mi mejor amiga durante años. Ella no lo sabe, pero cuento el día en que la conocí como uno de los mejores que he tenido en toda mi vida. Fue un tibio día de verano. Pareciera como si el recuerdo me estuviera arrancado de un mundo distinto del que me encuentro ahora. Sentí como que pasaron días enteros en ese parque, al que ya estábamos demasiado grandes para ir, hablando con ella solamente. Todavía siento que puedo volver a ese momento a veces, y me recuerda que este lugar no es lo único que existe… Al fin, ¡llaman a la puerta!



Pensé que era raro que no pudiera verla por la cámara que escondí en el pasillo. Supuse que fue por la perspectiva, como el no poder ver mi puerta. Debí saberlo. ¡Debí saber que eso sería un problema! Después de que tocara, grité en tono de broma que tenía la cámara entre las máquinas; vaya que había dejado ir lejos mi paranoia. Vi su imagen acercarse y bajar la vista hasta dar con ella. Sonrió y saludó con una de sus manos.

“Qué hay”, dijo alegremente, mirando curiosa.

“Lo sé, es raro”, hablé por el micrófono conectado a mi computadora. “He tenido una mala racha”, agregué.

“Seguro”, contestó. “Ábreme Juan”.

Dudé. ¿Cómo podía estar seguro?

“Sígueme un poco la corriente ¿sí?, dime algo sobre nosotros, sólo para probar que eres tú”.


Miró a la cámara, se tocó la barbilla, volteó hacia arriba; sacó un papel y un lápiz. Escribió en ellos. Enseñó el papel para que pudiera verlo en la cámara. Decía:

“Ya estábamos muy grandes para ese parque”.

Suspiré profundamente, la realidad volvía, el miedo se disipaba. Dios, había sido tan ridículo. ¡Por supuesto que era Amanda! Ese recuerdo no estaba en ningún otro lugar más que en mi memoria. Nunca he hablado con nadie de ese día, y no por vergüenza, sino por tenerlo como un nostálgico recuerdo. Si había alguna entidad desconocida que trataba de engañarme, como temía, de ninguna forma podría saber sobre ese día.

“Bueno, dame un segundo”, le dije entre risas.

Corrí a mi pequeño baño y peiné mi cabello lo mejor que pude. Me veía terrible, pero ella entendería. Riendo por mi tonto comportamiento, y el desorden en el que estaba, caminé hacia la puerta. Puse mi mano sobre la perilla y di un último vistazo a mis espaldas. Comida mordisqueada regada por el suelo, el bote de basura caído y la cama que había volcado hacía unas horas, buscando… Dios sabrá qué estaba buscando. “Tan tonto”, pensé.

Casi le di vuelta a la perilla, pero mis ojos notaron una cosa más: la cámara que usé para chatear con mi amigo. La esfera negra estaba sobre un costado, el lente apuntaba a la mesa en donde este diario se encontraba. Un terror enorme se apoderó de mí en cuanto pensé que si algo podía mirar a través de esa cámara, vería lo que había escrito acerca de ese día. Le pedí una cosa, cualquier cosa acerca de nosotros, y ella escogió la única en el mundo que creí que eso o ellos no sabrían… pero lo hacen, ¡lo saben! ¡Hasta pudieron haberme estado observando todo este tiempo!

No abrí la puerta. Grité. Grité sin parar. Arranqué la cámara y la estampé contra el suelo. La puerta tembló y la perilla intentó girar, pero no escuché la voz de Amanda al otro lado. ¿Era tan siquiera ella quién estaba afuera? ¿Quién más pudo ser sino Amanda? ¿Quién demonios estaba afuera? ¡¿Qué demonios estaba afuera?! La vi por la cámara, la escuché por mis parlantes, ¿pero fue real? ¡¿Cómo podría saberlo?!

Grité alarmado por ayuda. Aseguré la puerta con todos mis muebles. Por ahora se ha ido.

Viernes.

Al menos creo que es viernes. He roto todos mis aparatos electrónicos. Desbaraté mi computadora. Cualquier cosa allí podía, a fin de cuentas, ser manipulada por medio de la red. Sé de eso, soy un programador. No puedo arriesgarme. Cada pequeño dato respecto a mí, mi nombre, mi e-mail, mi ubicación, todas fueron cosas que he dicho. He releído lo que he escrito una y otra vez. He intentado juzgar lo que he escrito, bailando entre el miedo y el escepticismo. A veces me consta que una entidad está enfocada en el simple objetivo de hacerme salir de aquí. Desde el principio, Amanda no hizo nada más que pedirme que abriera la puerta y saliera, cuando me llamó.

Trato de ver las cosas desde todos los ángulos. Por un lado, soy un lunático que ha interpretado una convergencia de probabilidades extremadamente improbables, pero factible: nunca asomarme en el momento adecuado, nunca ver a otra persona por mero azar, recibir un correo extraño como los miles que es posible recibir, pero en el momento preciso. Por el otro, esa convergencia extrema de probabilidades es la única razón por la cual, lo que sea que esté afuera, no me ha atrapado aún: nunca abrí la puerta corrediza del tercer piso, y tal vez nunca debí de abrir la puerta metálica al final del corredor. No volví a abrir la puerta de mi apartamento después de abrir la puerta metálica. Lo que sea que esté allá afuera -si es que está allá afuera- nunca “apareció” en el pasillo antes de que abriera la puerta metálica. Tal vez se había dedicado a cazar a todas las presas que se encontraban al descubierto y luego esperó, hasta que delatará mi existencia al tratar de llamar a Amanda… una llamada que no se concretó hasta que eso me llamó y pronunció mi nombre…

Mi temor literalmente me abruma cada vez que intento acoplar todas las piezas de esta pesadilla. Ese correo -corto, entrecortado- era de alguien intentando decir algo. ¿Una advertencia aliada, intentando llegar a mí antes de que fuera muy tarde? Ver con mis propios ojos, no confiar. Puede que tengan dominadas todas las cosas electrónicas, que hayan elaborado una enorme red, para engañarme y hacerme salir. ¿Por qué no puede entrar? Tocó la puerta, así que al menos parcialmente, es sólido. La puerta. La idea de esas puertas como monolitos guardianes en el tercer piso aparece cada vez que mis pensamientos siguen este rumbo. Si hay alguna entidad etérea intentando que salga a la intemperie, quizás esa entidad es incapaz de cruzar las puertas.

No paro de pensar en todos los libros que he leído, en todas las películas que he visto, intentando encontrar la respuesta a todo esto. Las puertas siempre han sido gatillos de la imaginación humana, plasmados en numerosas ocasiones como portales de singular importancia ¿O quizá la puerta es muy gruesa? Yo no podría derribar ninguna de las puertas de este edificio, sobre todo las del sótano. Dejando eso a un lado, ¿por qué me quiere a mí? Incluso yo puedo imaginar al menos una docena de formas de matarme, incluyendo dejar que me pudra aquí abajo y muera de hambre. Quizás eso es precisamente lo que está haciendo. Está llenándome de miedo. Pero ¿y si no quiere matarme? ¿Si puede hacer algo peor? Dios, ¡¿cómo puedo escapar de esta pesadilla?!

Llaman a la puerta…


Le dije a la gente del otro lado de la puerta que necesitaba unos minutos más para pensar las cosas y saldría. Sólo estoy escribiendo esto para decidir qué hacer. Al menos esta vez he escuchado sus voces. Mi paranoia –sí, reconozco que estoy paranoico- me hace pensar en todas las formas que una voz humana podría fingirse con algún medio electrónico. El pasillo podría estar lleno de altavoces, simulando voces humanas. ¿Realmente les tomó tres días venir a hablar conmigo? Se supone que Amanda está allí afuera, junto con dos policías y un psiquiatra. Tal vez les tomó tres días pensar en qué decirme. La explicación del psiquiatra sería muy convincente, si decidiera pensar que todo esto no ha sido nada más que un extraño mal entendido y dejar fuera de la ecuación a la entidad que intenta engañarme para abrir la puerta.

El psiquiatra tiene la voz de un viejo. Autoritaria pero sensible. Me agrada, me recuerda a la de mi propio padre. ¡Estoy desesperado por ver a alguien con mis propios ojos! Dice que sufro de algo llamado cyber-psicósis, y soy sólo uno más de una enorme epidemia que se cuenta por miles, detonada por un correo sugestivo que “se filtró de alguna forma”. Juro que lo dijo así: “Se filtró de alguna forma”. Creo que intenta decir que se esparció por todo el país inexplicablemente, pero sospecho demasiado que a la entidad se le ha resbalado algo. Dijo que soy parte de una ola de “comportamiento emergente”; que muchas personas más están enfrentando el mismo problema, y el mismo miedo, aunque nunca nos hemos comunicado.

Eso explica el correo que recibí sobre ver con mis propios ojos. No recibí el correo detonante original. Recibí un descendiente. Mi amigo pudo haber perdido la razón también, e intentado advertir a todo el mundo sobre su paranoico miedo. Así es como el problema se esparce, afirma el psiquiatra. Pude haberlo esparcido yo también, con el mensaje que envié por el celular y los que mandé por el messenger. Alguno de todos esos contactos podría estar volviéndose tan loco como yo, después de haber leído uno de esos mensajes, y ahora estar interpretando la realidad en la forma en la que lo estoy haciendo yo.

El psiquiatra me dijo que no quería “perder uno más”. Que la inteligencia de gente como yo, es precisamente nuestra perdición. Dibujamos conexiones tan bien, que incluso las dibujamos en donde no deberían estar. Dice que es fácil comenzar a acumular paranoia en el mundo en el que vivimos ahora, un lugar en constante cambio, en donde cada vez un porcentaje mayor de nuestra interacción es simulada…

Hay que admitirlo, es una explicación hermosa. Reúne y explica todo. Lo explica perfectamente, de hecho. Tengo todas las razones del mundo ahora para sacudirme este horror atávico de que una cosa o algo se encuentre del otro lado de la puerta, lista para capturarme y llevarme a un destino peor que la muerte. Sería tonto, tras oír esa explicación, permanecer aquí hasta morir de hambre sólo para evitar a esa entidad que quizá ya haya atrapado a todos los demás. Sería tonto pensar, tras oír esa explicación, que yo sería una de las pocas personas que quedan en un mundo vacío, escondiéndome en la seguridad de mi sótano, fastidiando a una impensable y engañosa entidad que juega a ser omnipotente con tan sólo rehusarme a abrir una puerta. Es una explicación perfecta para cada cosa extraña que he escrito aquí; tengo todas las razones del mundo para dejar ir mis miedos, y abrir esa puerta.

Y es exactamente por eso que no lo haré.

¡¿Cómo puedo estar seguro?! ¿Cómo puedo saber qué es real y qué un engaño? Todas estas malditas cosas con sus cables y sus señales que nacen de un origen imperceptible y llegan hasta ti. ¡No son reales, no puedo estar seguro! ¡Señal de video, de celular, correos! Incluso la televisión, ahora silenciosa, partida por la mitad, en el suelo. ¿Cómo podría saber qué es real? Todo mensaje no es más que energía, ondas, luz… la puerta. ¡Está golpeando la puerta! ¡Intenta entrar! ¿Qué alimaña mecánica podría estar empleando para simular a un hombre golpeando una puerta tan perfectamente? Al menos ahora podré verlo con mis propios ojos… No queda nada más aquí con lo que pueda engañarme. ¿No puede engañar a mis ojos, o sí? Ve con tus propios ojos no confíes en ellos… alto… Ese mensaje trataba de decirme que confiara mis ojos, ¡¿o advertirme sobre mis ojos también?! Oh por Dios, ¿cuál es la diferencia entre un cámara y mis ojos? Ambos transforman la luz en señales eléctricas, ¡son lo mismo! No puedo permitir que me engañe, dios, ¡no puedo permitir que me engañe! No voy a permitirlo; no puedo estar seguro, ¡necesito estar seguro!

Fecha desconocida.

He pedido tranquilamente una pluma y un papel, día y noche, hasta que finalmente me los dio. No es que importe. ¿Qué voy a hacer? ¿Sacarme los ojos de nuevo? Los vendajes se sienten como una parte de mí ahora. El dolor se ha ido. Supuse que ésta sería una de mis últimas oportunidades de escribir legiblemente, pues, sin mi vista que corrija los errores, mis manos lentamente olvidarán el mecanismo involucrado. Es un capricho, escribir… un vestigio de otra era, porque ciertamente ha asesinado el resto del mundo… O algo peor.

Me siento contra la pared día y noche. La entidad me trae comida y agua. Se disfraza como una amable enfermera, como un antipático doctor. Sabe que mi oído se ha agudizado considerablemente ahora que estoy en oscuridad. Finge conversaciones en el corredor, con la intensión de que lo escuche. Una de las enfermeras habla sobre tener un bebé pronto. Uno de los doctores perdió a su esposa en un accidente de auto. No es que importe, nada de eso es real. Nada me llega, no como ella lo hace.

Esa es la peor parte, la parte que casi no puedo resistir. Esa cosa viene a mí, enmascarada como Amanda. Su recreación es perfecta. Suena exactamente como Amanda, se siente exactamente como ella. Hasta produce una simulación razonable de sus lágrimas que me obligó a sentir sobre sus tibias mejillas. En un inicio, cuando me trajo aquí, me dijo todas las cosas que quería escuchar. Me dijo que me amaba, que siempre lo había hecho, que no entendía por qué hice esto, que todavía podíamos tener una vida juntos, ir al parque todos los días, si quería.

Tan sólo tenía que dejar de insistir sobre la farsa. Quería que creyera. No, necesitaba que lo hiciera, que era real, que era ella. Jamás sabrás qué tan cerca estuve de responder a ese acto suyo. Dudé de mi mismo por mucho tiempo. Pero es un perfeccionista, todo era demasiado real o lo que entiendes por real, y, ¿sabes?, la realidad tiene otras cosas que aún no alcanzas a captar, quizá porque ni siquiera nosotros mismos logramos hacerlo del todo, ni representarlo.

La falsa Amanda venía todos los días, luego cada semana, hasta que por fin dejó de joderme… pero no creo que la entidad se rinda. El juego de esperar es tan sólo otro de sus trucos. Lo resistiré por el resto de mi vida, si es necesario. No sé qué fue lo que le ocurrió al resto del mundo, pero sí sé que esta cosa necesita que caiga en sus trucos. Si es así, entonces tal vez, sólo tal vez, soy una piedra en su camino. Quizá Amanda sigue con vida en algún lado, mantenida con vida sólo por mi voluntad de resistir el engaño. Me sostuve a esa esperanza, meciéndome adelante y atrás en mi celda para pasar el tiempo. Nunca me rediré. Nunca caeré. Soy… ¡un héroe!




El doctor leyó el papel en el que el paciente había escrito. Apenas podía entenderse, escrito con la temblorosa mano de un ciego. Quería sonreír ante la firme determinación del joven, un recordatorio de la voluntad humana por sobrevivir, pero sabía que el paciente estaba completamente delirante.

Después de todo, una persona sana hubiera caído en el engaño hace tiempo.


El doctor quería sonreír. Quería susurrar palabras de ánimo al delirante joven. Quería gritar, pero los delgados filamentos conectados a los nervios de su cabeza, y a sus ojos se lo impedían. Su cuerpo caminaba a la celda como una marioneta, y le decía al paciente, una vez más, que estaba equivocado, y que no había nadie tratando de engañarlo.

martes, 6 de agosto de 2013

El Tulpa



El año pasado, participé durante seis meses en algo que me dijeron era un experimento psicológico. Encontré un anuncio en el periódico local donde solicitaban personas con imaginación que estuvieran dispuestas a ganar una buena suma de dinero, y como era el único anuncio de esa semana para el que estaba remotamente calificado, les llamé y concerté una entrevista.

Me dijeron que todo lo que tenía  que hacer era quedarme en una habitación, solo, con sensores conectados a mi cabeza para leer mi actividad cerebral, y que mientras estuviera allí, podría visualizar un doble de mí mismo. Lo llamaban mi “tulpa”.

Parecía demasiado fácil y acepté en cuanto me dijeron cuánto me pagarían, así que comencé al día siguiente. Me llevaron a una habitación sencilla y me dieron una cama, luego pusieron los sensores en mi cabeza y los conectaron a una pequeña caja negra que estaba en una mesa junto a mí. Me hablaron de nuevo sobre el proceso de visualizar a mi doble y me explicaron que si me mostraba aburrido o inquieto, en vez de moverme por la habitación, debería visualizar a mi doble moviéndose por el cuarto o tratando de interactuar conmigo y cosas así. La idea era mantenerlo todo el tiempo conmigo mientras estaba en la habitación.

Tuve problemas con eso los primeros días, necesitaba mucho más control que cualquier tipo de fantasía que hubiera tenido antes. Podía imaginarme a mi doble por unos minutos y luego me distraía, pero al cuarto día,  pude materializarlo por seis horas enteras. Me dijeron que lo estaba haciendo muy bien.

La segunda semana me dieron un cuarto distinto, con bocinas montadas en las paredes. Me dijeron que lo que querían ver era si podía mantener al tulpa conmigo a pesar de los estímulos distractores. La música era tan disonante, fea e inquietante que hizo el proceso mucho más difícil, sin embargo, logré manejarlo sin problemas. A la semana siguiente tocaron música mucho más desesperante, acentuada con chillidos y bucles de ruido que me recordaron a un viejo módem conectándose, así como voces guturales hablando en algún idioma extranjero. Sólo me reí de la prueba, pues ya era un experto para ese entonces.

Después de un mes aproximadamente, me empecé a aburrir. Para animar un poco las cosas, comencé a interactuar con mi doppleganger. Conversábamos o jugábamos ‘piedra, papel o tijera’, o lo imaginaba haciendo malabares o bailando break dance, o lo que me diera la gana. Pregunté a los investigadores si mis tonterías podrían afectar negativamente a su estudio, pero ellos me animaron a seguir a delante.

Así que jugamos, nos comunicamos y fue divertido por un tiempo, pero luego se puso un poco raro. Le hablaba sobre mi primera cita, cuando él me corrigió. Le había dicho que la chica estaba usando un top amarillo y él contestó que era verde. Lo pensé por un segundo y me di cuenta de que tenía razón. Eso me asustó y le conté a los investigadores sobre el incidente. “Estás usando la forma difícil de acceder a tu subconsciente” me explicaron. “De algún modo sabías que estabas equivocado y subconscientemente te corregiste a ti mismo”.

Lo que había sido espeluznante de repente se volvió genial. ¡Estaba hablándole a mi subconsciente! Me tomó algo de práctica, pero descubrí que podía hacerle preguntas a mi tulpa sobre todo tipo de recuerdos. Podía hacerlo recitar de memoria páginas completas de libros que leí muchos años atrás o cosas que había pensado e inmediatamente olvidado en la preparatoria. Era asombroso.

Fue en ese momento que empecé a “convocar” a mi doble fuera del centro de investigación. Al principio no tan a menudo, pero estaba tan acostumbrado a visualizarlo que me parecía extraño no tenerlo a mi lado. Así que cuando estaba aburrido, podía ver a mi doble y esto comenzaba a suceder cada vez con más frecuencia. Era sorprendente llevarlo por ahí como si fuera un amigo imaginario,  cuando salía con mis amigos o visitaba a mi madre, incluso una vez lo llevé a una cita. No necesitaba hablarle en voz alta, así que podía comunicarme con él sin que nadie se diera cuenta.

Sé que puede sonar extraño, pero era divertido. No sólo era un depósito de todo lo que sabía y todo lo que había olvidado, sino que parecía estar más en contacto conmigo de lo que yo mismo estaba algunas veces. Él tenía una comprensión extraordinaria del leguaje corporal, por ejemplo, yo pensaba que la cita a la que lo había llevado estaba saliendo bastante mal, pero él mencionó lo mucho que la chica se había reído de mis chistes y se inclinaba hacia mí cuando hablaba, así como un montón de pistas sutiles que no era consciente de haber captado. Le hice caso y digamos que la cita terminó bastante bien.

En ese momento, llevaba cuatro meses en el centro de investigación y él estaba conmigo constantemente. Los investigadores se acercaron un día después de mi cambio radical y me preguntaron si había dejado de visualizarlo. Lo negué y ellos parecían complacidos. Pregunté en silencio a mi doble si él sabía lo que había disparado aquella pregunta, pero el sólo se rió… y yo también.

Me desconecté un poco del mundo en ese momento. Tenía problemas para relacionarme con la gente, me parecían demasiado confusos e inseguros de sí mismos, mientras yo tenía una manifestación de mi persona en la que podía confiar. Eso hizo que la socialización se volviera vergonzosa. Nadie más parecía estar al tanto de las razones detrás de sus actos, por qué algunas cosas los hacían enojar y otras los hacían reír. No sabían qué los movía, pero yo sí, o al menos, podía preguntármelo a mí mismo y obtener una respuesta.

Un amigo me confrontó una tarde, golpeó la puerta hasta que la abrí y entró echando pestes y haciendo juramentos. “¡No has contestado ni una sola de mis llamadas en semanas, imbécil!” me gritó. “¿Cuál es tu puto problema?”.

Estaba a punto de disculparme con él y probablemente invitarlo a irnos de juerga esa noche, pero mi tulpa saltó de repente, furioso. “Golpéalo”, me dijo, y antes de que supiera lo que estaba haciendo, ya había soltado el golpe. Escuché cómo se rompió su nariz, él cayó al piso y se levantó tambaleándose. Nos golpeamos el uno al otro por todo mi apartamento.

Estaba más furioso de lo que había estado en toda mi vida y no tuve piedad. Pude noquearlo y le di dos patadas salvajes en las costillas, y fue entonces cuando huyó, encorvándose y sollozando.

La policía llegó unos minutos más tarde, pero les dije que él había comenzado la pelea, y como no estaba allí para refutarme, me dejaron ir bajo advertencia. Mi tulpa sonreía todo el tiempo y pasamos toda la noche jactándonos de mi victoria y haciendo burla de la forma en que le había dado una paliza a mi amigo.

No fue hasta la mañana siguiente, cuando revisaba en el espejo mi ojo morado y el corte en el labio cuando recordé lo que me había hecho explotar.  Mi doble era el que estaba furioso, no yo. Me habría sentido culpable y un poco avergonzado, pero él me sonsacó para iniciar una pelea con un amigo preocupado. Él estaba presente, por supuesto, y conocía mis pensamientos. “Ya no lo necesitas, tú no necesitas a nadie”, me dijo, y sentí cómo mi piel comenzaba a estremecerse.

Le expliqué esto a los investigadores que me contrataron, pero ellos sólo se rieron. “No puedes estar asustado de algo que estás imaginando”, me dijo uno de ellos. Mi doble se paró junto a él y asintió con la cabeza, luego me sonrió.

Traté de creerme sus palabras, pero los días siguientes, me puse cada vez más ansioso con respecto a mi tulpa y él parecía estar cambiando también. Se veía más alto y más amenazante, sus ojos chispeaban con malicia y veía maldad en su sonrisa constante. Decidí que ningún trabajo valía tanto como para perder la cabeza. Si él estaba fuera de control, lo iba a calmar. Estaba tan acostumbrado a él que visualizarlo era ya un proceso automático, así que intenté deshacerme de él de una vez por todas. Me tomó algunos días, pero estaba comenzando a funcionar, podía olvidarlo por horas, pero cada vez que volvía se veía peor. Su piel se volvió ceniza, sus dientes más puntiagudos, siseaba, amenazaba y juraba. La música disonante que había escuchado por meses parecía acompañarlo a todas partes, incluso cuando estaba en casa. Intentaba relajarme y olvidar que estaba concentrándome en no verlo, cuando aparecía él con ese ruido aullante.

Seguía visitando el centro de investigación y pasaba mis seis horas allí. Necesitaba el dinero y pensé que no se darían cuenta de que no estaba visualizando a mi tulpa activamente. Me equivoqué, después de alrededor de cinco meses y  medio, dos hombres me agarraron sorpresivamente y me arrastraron, mientras alguien en bata de laboratorio clavaba una aguja hipodérmica en mi brazo.




Desperté de mi desmayo de nuevo en el cuarto, atado a la cama, con la música estruendosa en mis oídos y mi doppelganger parado sobre mí, cacareando. Ya no se veía como un ser humano, sus facciones estaban torcidas y sus ojos estaban hundidos en sus cuencas, como los de un cadáver. Era mucho más alto que yo, pero encorvado, sus manos estaban retorcidas y las uñas parecían garras. Yo estaba, en pocas palabras, cagándome de miedo. Traté de alejarlo, pero no podía concentrarme. Él se rió y golpeó ligeramente la intravenosa en mi brazo. Traté de liberarme de las correas, pero estas no se movieron.

“Creo que te están bombeando mercancía de la buena. ¿Cómo está tu cabeza? ¿Toda revuelta?” Se acercaba a mí mientras hablaba. Sentí náuseas, su aliento olía a carne podrida. Traté de concentrarme, pero no pude desvanecerlo.

Las siguientes semanas fueron terribles. De vez en cuando, un doctor venía y me inyectaba o me obligaba a tomar píldoras. Me mantenían mareado y desenfocado, e incluso me dejaban alucinando. Mi doble seguía presente, burlándose constantemente, interactuando con, o quizá causando mis alucinaciones. Soñaba que mi madre estaba allí, regañándome, y luego el tulpa le cortaba cuello y su sangre me bañaba. Era tan real que podía saborearla.

Los doctores nunca hablaron conmigo. Les rogué, grité, lancé indirectas, hice preguntas. Nunca me respondieron. Quizás habían hablado con mi tulpa, mi monstruo personal, no estaba seguro pues estaba tan drogado y confundido que podía haber sido tan sólo otra ilusión, pero recuerdo haber hablado con ellos. Me empecé a convencer de que él era el real y yo la copia. Él me lo repetía a veces y otras sólo se burlaba de mí.

Otra cosa que deseaba con todas mis fuerzas que fuera tan sólo una alucinación era que él podía tocarme. Más que eso, podía lastimarme. Me picaba con el dedo y me pellizcaba si sentía que no le prestaba suficiente atención. Una vez apretó mis testículos y los apachurró hasta que le dije que lo amaba. En otra ocasión, rasgó mi antebrazo con sus garras, aún tengo la cicatriz. Casi todos los días me convenzo de que me lastimé a mí mismo y que sólo aluciné con que él era el responsable… casi todos.

Unos días después, mientras me contaba una historia acerca de cómo iba a descuartizar a todos mis seres queridos, empezando por mi hermana, cuando se detuvo bruscamente. Una mirada quejumbrosa cruzó su rostro y tocó mi cabeza con la mano, como mi madre lo hacía cuando tenía fiebre. Se quedó quieto un instante y luego sonrió. “Todos los pensamientos son creativos” me dijo, y salió por la puerta.

Tres horas más tarde, me pusieron una inyección y me desmayé. Desperté sin las correas, temblando, llegué a la puerta y la encontré abierta. Caminé hacia el pasillo vacío y luego corrí. Tropecé más de una vez, pero logré bajar las escaleras y salir al estacionamiento del edificio. Allí me colapsé, llorando como un niño. Debía seguir mi camino, pero simplemente no podía hacerlo.

Eventualmente llegué a casa, aunque no recuerdo cómo. Cerré la puerta y empujé un ropero contra ella, tomé una larga ducha y dormí por un día y medio. Nadie vino a buscarme en la noche ni al día siguiente, o el siguiente. Había terminado y pasé una semana encerrado en esa habitación, aunque me pareció un siglo. Me había aislado tanto de mi vida anterior al tulpa que nadie notó que me había ido.

La policía no encontró nada. El centro de investigación estaba vacío cuando lo registraron, el papeleo no tenía sentido y los nombres eran seudónimos. Incluso el dinero que recibía era aparentemente irrastreable.

Me recuperé tanto como pude. No salgo mucho de mi casa y tengo ataques de pánico cuando lo hago. Lloro mucho, pero no duermo mucho y mis pesadillas son terribles. ‘Se terminó’ me digo a diario… y sobreviví, uso la concentración que esos bastardos me enseñaron para convencerme. Y funciona… a veces. Pero creo que hoy no. Hace tres días recibí una llamada de mi madre, había ocurrido una tragedia. Mi hermana había sido la última víctima de una serie de asesinatos, según la policía. El responsable atacaba a sus víctimas y luego las destazaba.

El funeral fue esta tarde. Supongo que fue un servicio tan adorable como puede serlo un funeral. Creo que estaba un poco distraído, pues todo lo que podía escuchar era música viniendo de un lugar distante. Era disonante y terrorífica, que sonaba como vibraciones y gritos… y un módem conectándose. Aún la sigo escuchando, ahora un poco más fuerte.


lunes, 5 de agosto de 2013

Un relato de Internet (Internet Story)



Esta historia lleva circulando algún tiempo en diversos blogs y foros.

En 2005, un bloguero anónimo, identificado sólo por el sobrenombre de Al1 abrió un blog en el dominio AngelFire donde invitaba al público en general a participar en una búsqueda para encontrar 9,000 libras esterlinas que había enterrado en algún punto del Reino Unido.

El desafío constaba de una serie de pistas que irían apareciendo de una en una. La primera pista consistía en una historieta dibujada a mano, y de acuerdo con Al1, en estos dibujos estaba la clave para encontrar la segunda pista. Algunas personas, movidas por la curiosidad, comenzaron a seguir el juego de Al1 e intentaron llegar a la segunda pista sin éxito.

El reto habría quedado en el olvido de no ser porque semanas más tarde, un usuario de YouTube que se hacía llamar Fortress, comenzó a indagar el significado de las pistas y a subir a su canal sus primeros hallazgos. Por lo que sabemos, Fortress pudo o no completar el reto y reclamar el efectivo.

En este video, se relata la travesía de Fortress y algunas de las teorías sobre el enigma detrás del misterioso reto de Al1.